lunes, 31 de diciembre de 2012

SE HACE CAMINO AL ANDAR

En estos tiempos de internet, mandos a distancia, vuelos transcontinentales y cocina precocinada, estamos contagiados de un deseo de inmediatez, desde donde buscamos respuestas concretas  a nuestras dificultades e incertidumbres, ya. Queremos llegar a la meta sin andar el camino. La insatisfacción e incertidumbre, intrínsecas del que busca, son vistas más bien como  defecto o debilidad, en lugar de ser honradas como lo que son, motivación para seguir haciendo camino en busca de visión y comprensión, aprendiendo de la vida que deja huella, para algo.      
Así, por ejemplo  cuando caemos enfermos, mental, emocional o físicamente, la mayoría de nosotros acudimos a un profesional de la salud, con ánimo de que nos diga lo que nos pasa y nos dé una solución rápida que nos reponga cuanto antes, si es posible, sin dolor. Delegando la responsabilidad de nuestro malestar, queriendo volver a la situación previa de bienestar, casi por arte de magia, sin andar el camino y renunciando al aprendizaje que pudiéramos extraer de él. Sin querer escuchar nuestros síntomas que nos están expresando algo y nos ofrecen rica información sobre como estamos viviendo nuestra vida y qué estamos dejando de lado, sin resolver.
Sin embargo, en muchas ocasiones de malestar acabamos dándonos cuenta de que frente a ellas no hay recetas hechas, certezas, inmediateces,  ni dogmas, si no más bien un camino por recorrer, el de quien busca en su interior.
El buscador interior es aquel que se interroga y se cuestiona. Se flexibiliza para poder descubrir y aprender nuevas opciones. Se atreve a situarse en la incertidumbre del “no se´”, a abandonar viejas ideas, costumbres  y maneras de hacer frente a las cosas. El buscador  interior se hace consciente de sus éxitos y errores, de sus defectos y  virtudes. Deja de rehuir sus temas pendientes, comprometiéndose consigo mismo y con la vida, sabiéndose único responsable de su historia, dejando espacio para que lo nuevo pueda florecer. Con la intuición de que el principal enemigo a vencer habita dentro de sí  mismo y es “aquel” que no le deja vivir la vida en paz, ese diablillo interno que le juzga, critica y exige.  A sabiendas de que hasta que no encuentre la manera de demostrarse a sí mismo amor y aceptación, no cesaran sus males.
El buscador interior reserva un tiempo  para observar y darse cuenta de que las cosas no son por que sí, fruto del azar, ni nos llegan por mala suerte. Se da cuenta de que hay un hilo conductor en el suceder de las cosas, de que tienen un por qué y de que es él el principal protagonista  de su vida, sobre quien recaen las consecuencias de sus acciones y actitudes. Se atreve a mirar con honestidad, en donde está boicoteándose  a través de su actitud, muchas veces inconsciente. Responsabilizándose.
El buscador interior es consciente de que para conseguir la salud y la armonía, hay que trabajar en ello durante un tiempo. Se trata de encontrar el camino de  vivir acorde con lo que pulsa en su interior, con los deseos de todo su ser y eso no es tarea fácil.
Este trabajo es difícil hacerlo a solas, e imposible de hacer en un “tris”. Su senda esclarecedora, es también dolorosa y escurridiza. Necesitamos acompañantes  que nos reflejen donde estamos, referentes que nos muestren estrategias, maestros que  inspiren nuestra búsqueda, para no escaparnos nuevamente de nuestra responsabilidad por la vía más rápida. Médicos, psicólogos, terapeutas, guías espirituales acompañan esta búsqueda. Cada cual ha de sentir quienes le acompañan mejor en cada momento.
La psicoterapia humanista es una de las posibles herramientas de acompañamiento para realizar esta búsqueda. Sus sesiones brindan un entorno seguro, protegido y terapéutico, de apoyo, confianza, sinceridad y respeto, desde donde explorar y  practicar:
-          El autoconocimiento, la comprensión de la propia vida, nuestras relaciones, nuestro condicionamiento.
-          La atención, la consciencia momento a momento, para facilitar una actitud ante la vida de desapego, la que no se engancha con cosas nimias.
-          La confianza o fe organísmica, la entrega a lo natural de nosotros mismos, al cuerpo, abriendo paso a lo espontáneo, a soltar el control.
-          El silencio y el contacto íntimo con el espacio interno para identificar qué nos hace bien y qué mal.
 Poniendo paz a las bestias que nos habitan y enferman, aprendiendo a respetarnos y cuidar de nosotros mismos y así sí, encontrar el camino para cuidar también de los demás.
Publicado en el Última Hora, el 29 de Diciembre del 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

ESTAR BIEN CON LO QUE HAY.

Menorca ya se ha vestido de Navidad, las fiestas ya están aquí y en estos días vivimos su anticipo con todo lo que suponen: alegría, reencuentros familiares, gestos  generosos, buenos pensamientos y también, en igual o mayor proporción: tristeza, soledad, frustración económica, problemas relacionales. Y es que nos gusten o no nos gusten, las Navidades  constituyen uno de los acontecimientos más importantes del año y es difícil escapar a su influjo y a su contradicción. Hay mucho movimiento psicológico en estas fechas. Los encuentros, las ausencias,  los preparativos, las expectativas, los regalos…todo ello hace que tanto el amor y la efusividad, como  el dolor y el sufrimiento se hagan más evidentes. Cuando menos, suponen cierto grado de estrés y desequilibrio emocional, para bien y para mal.
El sentido y significado de estas fiestas es múltiple y diverso según la perspectiva desde la cual las vivamos. Para algunos tienen un sentido religioso, para otros, festivo,  económico o de encuentro familiar y social. Quizás los aspectos que más nos remueven, a pesar de los cambios que han sufrido la familia y la adhesión a la religión en los últimos años, están condicionados  por la concepción de la Navidad como la fiesta familiar por excelencia y por la dimensión espiritual profunda que tiene, aunque no nos sintamos religiosos.
El significado original en latín de Navidad es el de volver a nacer. Los cristianos, crearon el ritual que hoy nos llega, para celebrar el nacimiento de Jesús y que más allá de concepciones religiosas, en nuestro inconsciente representa también, la posibilidad de un renacimiento interior al amor, en cada uno de nosotros. De hecho ya los romanos y así otras muchas culturas, también de manera ritual, se reunían y celebraban esta misma fecha, en conmemoración al dios sol, con el nacimiento de la prolongación de los días, tras el solsticio de invierno, abriéndose a la vida y agradeciendo la luz que sucede a la oscuridad. Incluso para la gente más agnóstica y reacia, hay como una especie de tendencia intuitiva que nos mueve a juntarnos y a hacernos reflexiones y replanteamientos vitales.
Así que, por un lado, el ritual de la Navidad constituye una invitación al reencuentro con la familia,  con familiares y  amigos que a lo mejor no hemos visto en meses, algunos con los que no nos llevamos bien o tenemos temas sin cerrar. Por eso es esperada con fervor por quienes viven una situación personal y/o familiar armónica (con sus diferencias y dificultades que saben equilibrar) y temida o rechazada por quienes tienen situaciones personales y/o familiares delicadas o espinosas y no se han preparado a tiempo para vivir las fiestas desde otro lugar. De alguna forma el imaginario colectivo trata de reproducir el ideal de familia extensa y cohesionada, con toda la carga emocional  que para muchos, eso supone. De hecho, muchas personas se confunden creyendo que el ritual reforzará los lazos familiares debilitados, cuando es más bien al contrario, el ritual si no es asumido por los participantes no puede arreglar la relación, si no alterarla, agitándola aun más si cabe.
Por otro lado, la Navidad representa una inflexión, una parada o paréntesis que nos propone abrirnos a la ternura del compartir, dejar partir el dolor de nuestros pesares y renacer fortalecidos. Nos invita a conectarnos con nuestra sencilla autenticidad para reunirnos con las personas que queremos y juntos celebrar la vida. Para algunos, también esta invitación pudiera  ser dolorosa o conflictiva, sobre todo cuando la expectativa de amor, compasión y buenaventura es vivida como una imposición, con exigencia.
Y es que, si bien los rituales han tenido siempre una función social de vinculación con la historia, con la tradición, dando identidad a los pueblos y a las personas. Y nos han servido, en numerosas ocasiones, para facilitar  la cohesión, la comunicación, la cooperación y la ruptura de rutinas, haciendo que los días sean especiales; también en otros momentos, con su tendencia a la rigidez pueden asfixiar lo que en origen se proponen. Cuando la sociedad cambia, cambian los valores de sus gentes y su estilo de vida y entonces el seguir compartiendo un ritual que sirvió en otro tiempo para otras formas, puede agobiar o reprimir a las personas, convirtiéndose  en un conflicto, sin cumplir las funciones que el mismo tiene. De igual manera, cuando no es vivido como una invitación si no como una imposición, se puede fácilmente convertir en un teatro, en una mentira, perdiendo su sentido profundo.
Por eso, soy partidaria de que quien no se sienta a gusto dentro del ritual, se permita cambiarlo, dejando de lado lo que constriñe y disgusta, abriendo espacios de negociación con la familia y acercar el ritual a algo más representativo para cada cual, más próximo y enriquecedor. De hecho, de manera natural y sin planteamientos teórico previos, muchas gentes van creando y descubriendo nuevos rituales. Gente inmigrante, familias de padres separados, familias reensabladas, jóvenes que sin creer en la religión se aproximan a la espiritualidad desde otro lugar, todos ellos van haciendo un cambio en el ritual de la Navidad.
Así que para que la experiencia de estas navidades sea positiva es oportuno abordarlas con mentalidad abierta, sin rígidas expectativas de cómo deberían ser, atreviéndonos a aceptar  emociones diversas, nuestras y de los demás, aprovechando los momentos de recogimiento para entrar en nuestro interior y con el corazón proponernos mejorar, tratando de estar  lo mejor posible con lo que hay, que si lo sabemos valorar,  no es poco.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 15 de Diciembre, del 2012

jueves, 29 de noviembre de 2012

LA MANERA MÁS TORTURADA DE AMAR.

A  veces pensamos que símbolo del gran amor que alguien siente por otra persona, es lo inmensamente celoso que se pone cuando la persona amada deposita su interés en algo o alguien diferente. Como si los celos y el amor fueran directamente proporcionales.
Si bien es cierto que los celos son una emoción y como tal, son naturales, humanos, comunes a todos nosotros en algún momento de la vida, no quiere decir que en determinado momento y en algunas personas, no constituyan un verdadero problema. De hecho, toda emoción exacerbada, agravada al extremo, es una manifestación patológica, cuando menos neurótica que requeriría de tratamiento para su adecuada resolución.
Cabe distinguir por eso, entre los celos “normales” y los celos patológicos que podríamos catalogar, aunque personalmente no me guste etiquetar, como un trastorno afectivo de celotipia, aquellos que suponen un estado emotivo ansioso, están más relacionados a la falta de confianza en uno mismo que a la falta de confianza en la pareja  y en donde hay más narcisismo (amor propio) que verdadero amor.
En una relación de pareja, los celos “normales” ocurren de manera pasajera en determinados momentos, cuando sentimos peligrar nuestra relación debido al interés que nuestro amado le brinda a otra persona o actividad. Pueden venir provocados, bien por un motivo real, en efecto nuestro amado está coqueteando y aproximándose excesivamente a otra persona y desatendiendo  nuestra relación. O por motivos irreales, fruto de inseguridades personales que nos hagan dudar de nuestra suficiencia en la relación. En el primer caso, la emoción de celos que nos surge puede, en efecto estar justificada y es, en último término positiva ya que nos pone en aviso de que algo en nuestra relación anda mal y nos instan a enfrentar y resolver lo que está pasando, poniendo para empezar, las cosas sobre la mesa. En el segundo caso y siempre y cuando la emoción de celos sea puntual, pasajera y no nos impulse a reaccionar fuera de control, no hay nada más qué hacer que pasarla, sin engancharnos en ella. Estos celos tienen un sentido evolutivo de protección, de marcaje del territorio. Incluso los niños sienten celos cuando ven amenazados su afecto, protagonismo o atención.
Otro gallo canta, cuando efectivamente los celos no están justificados y se convierten en algo obsesivo y recurrente generando  ansiedad y malestar, en algunos casos, agresividad, desconfianza, paranoia y acoso. Aquí  sí podemos hablar de un trastorno del que es difícil salir si no disponemos de la ayuda adecuada. Siendo además, una sintomatología que padecen muchas parejas, generando grandes conflictos y malestar, a veces situaciones de violencia y que muchas personas arrastran durante años sin poner remedio.
Hablamos de celos no justificados, cuando no tienen una base real y son fruto de la imaginería del que los padece. Pueden ser movilizados por: la identificación con la pareja, “tú me defines y das sentido a mi vida”; un sentido enfermizo de posesión “tú eres mío”,  la inseguridad del que ama, “y si encuentra a alguien mejor que yo” o la proyección de un deseo inconsciente, “si yo deseo, ¡tú también deseas!”.
El celoso, puede ser más o menos consciente de sus propios celos y del daño que le hacen a él y a su pareja. El que no es consciente de lo irracional de sus reacciones y las justifica con argumentaciones varias, tiene bastante mal pronóstico, cursando su comportamiento muchas veces en violencia. En este caso convendría que el celado y no el celoso, buscara la ayuda necesaria para cuidar de sí mismo y resolver el problema positivamente.
El que es consciente, aunque igualmente padezca la imposibilidad de controlar sus propios celos, normalmente busca ayuda y tiene mucha mejor solución ya que ha dado el primer paso para superarlos, el de poner conciencia. Estas personas, desde la razón entienden perfectamente lo inadecuado e hiriente de su conducta, pero son incapaces de dominarse cuando la emoción les embarga. Sufriendo por vía múltiple, los celos, la culpa posterior y la amargura de ver la relación deteriorarse. De hecho, cuanto más odioso se pone el celoso, con su  excesivo control, reproche y exigencia, más aleja al otro o más exhausto lo deja, provocando en ocasiones, lo que tanto teme, que el otro se harte y de verdad le deje, cumpliendo con la profecía auto-cumplidora.
Efectivamente así vividos, los celos son una traidora e insidiosa tortura y no una bonita forma de amar. Superarlos es echar al fuego nuestras ideas locas y cambiarlas por otras más sanadoras en donde la pareja no sea un trofeo que se gana por méritos, si no una libre elección mutua para vivir juntos,  con más plenitud  de la que sentíamos viviendo solos.

Publicado en el Última Hora, el 1 de diciembre del 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

MOSTRÁNDONOS TAL CUAL SOMOS

La relación humana, el contacto auténtico interpersonal, es nuestra razón de ser, es por lo que estamos aquí, por lo que vivimos. Más importante incluso que el alimento, estamos diseñados para sentirnos conectados, para sentir amor y aceptación, relacionándonos con los demás. De alguna manera, es lo que da propósito y significado a la vida. Y cuando no nos conectamos o la conexión es defectuosa, nos rompemos.
El verdadero contacto es esa energía que existe entre las personas cuando nos sentimos vistas, escuchadas y valoradas por el mero hecho de ser; cuando sentimos que podemos dar y recibir sin juicio; de tal manera que obtenemos de la relación sustento y fortaleza. Surge del amor, de la transparencia y de nuestra vulnerabilidad esencial.
Nuestra cultura, con su pretensión de permitirnos, a nosotros sus habitantes, una vida más cómoda, segura y predecible, como de anuncio de televisión, nos impone a todos aquellos que no nos damos cuenta, ocultarnos tras una máscara de igual perfección y certeza, nuestro ego. Desde la máscara vivimos pretendiendo ser perfectos y autosuficientes, estupendos. A más esfuerzo hacemos por ser perfectos, más vergüenza sentimos, de que otros vean nuestros errores y sin darnos cuenta, nos desconectamos. Ya que para que la conexión entre las personas pueda suceder, tenemos que dejarnos ver de verdad, mostrarnos auténticamente en nuestra humanidad.
La humanidad a la que hago referencia es todo eso que nos hace comunes a todos los humanos, a saber: nacemos conectados,  inacabados e imperfectos,  con todo un potencial de superación y aprendizaje, necesitados de amor y sentido de pertenencia, vivimos luces y sombras, somos  profundamente vulnerables a la vez que capaces y un día u otro, misterio de los cielos, morimos.
Todo esto que es tan común a todos nosotros, de aquí y de “acullá”, por el mero hecho de existir, para muchos es extremadamente  vergonzante, ya que directamente nos conecta con el miedo a no poder mantenernos en contacto con los demás. Con  el miedo a ser rechazados y excluidos, por nuestras imperfecciones.
Este miedo es universal, todos lo sentimos en algún momento. De él procede la vergüenza de mostrarnos tal cual somos. Del temor a que si los demás  pudieran ver o saber algo de lo que hay en mí, me fueran a rechazar. El temor es tal que de hecho, es algo de lo que normalmente no hablamos, evitamos. Y cuanto menos queremos hablar, más vergüenza sentimos. Sin embargo, si enfrentar el miedo a ser inadecuado o a no ser suficiente es una tarea dura, no es tan dura como el pasarnos la vida tratando de ocultarlo, avergonzándonos.
La vergüenza  pulsa de una manera diferente para cada uno: para unos se expresa con un “no soy lo suficientemente guapo” o,” estoy demasiado gordo”, para otros con un “tendría que tener un mejor trabajo”o, “no gano lo suficiente” para otros con un “no tengo buena memoria”o, “soy un desastre de madre, padre, hijo, etc” en fin,  cada cual con nuestro talón de Aquiles padecemos esta vergüenza, por momentos.
Como si esa percepción interna, esa desagradable sensación de vulnerabilidad,  nos impidiese ser dignos de seguir conectados a los demás. Sin darnos cuenta de que es esa misma vulnerabilidad la que nos impulsa a estar conectados mutuamente, la que nos motiva y desde donde también surgen la alegría, el amor, el sentimiento de pertenencia, la creatividad, la fe...
Y es que aún siendo imperfectos, que todos lo somos, seguimos necesitándonos los unos a los otros. Siendo imperfectos, seguimos siendo valiosos, dignos de ser aceptados y  amados. Siendo conscientes de esto, de esta vulnerabilidad universal que nos une, dejemos de lado la vergüenza y acojamos nuestra imperfección con amor que eso, nos hace fuertes. Y es tan sólo desde ahí que podremos aceptar y respetar la imperfección de los demás.
Si estamos dispuestos a dejar de lado la imagen ideal de nosotros mismos que hemos proyectado al mundo. Si tenemos el coraje de mostrarnos tal cual somos, de contar nuestras historias desde el corazón y con total transparencia, compartiendo nuestra sombra, ese lugar  donde habitan nuestra imperfección, nuestro miedo,  frustración,  envidia,  tristeza,  etc… y que es el centro de nuestra inevitable vulnerabilidad; sólo entonces seremos capaces de conectarnos realmente a los demás y a nosotros mismos; sólo entonces seremos capaces de construir significativas y auténticas relaciones con otra gente. No es nada más- ni nada menos- que una apertura del corazón y una relajación de los mecanismos de nuestro ego.
Atrevámonos a ser vistos, permitamos que los demás nos vean en profundidad, con nuestras glorias y miserias, con nuestra vulnerabilidad…Tan semejantes a las suyas, a las de todos. Amémonos de todo corazón, aún sin saber si seremos correspondidos, ya que ese sólo gesto moviliza nuestra fuerza interior.
Publicado en el Última Hora, el 17 de noviembre del 2012

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL PAÍS DONDE HABITAN LOS MONSTRUOS

“En ocasiones, cuando algo enfada a mi dulce hijo, pareciera que un monstruo se apodere de él, le hiciera escupir culebras por la boca y sacudir su cuerpo contra todo objeto o persona a su paso. Es una reacción difícil de comprender y manejar.”
La rabia es la emoción más malentendida de todas. La rabia tiene mala reputación: nos han enseñado a creer que es malo estar enfadado y a menudo intentamos evitar ese sentimiento, censurando o castigándolo.
Sin embargo, la rabia (el enfado, la ira) es un sentimiento legítimo, normal, natural. Cargado de fuerza. Todos sentimos, a veces, esta emoción. No es mala en sí misma.  Es la puesta en marcha de una energía, en momentos necesaria: cuando tengo que decir “no” y sostener la tensión que produce mi negativa; cuando he de preservar mi espacio o mi voluntad  frente la tentativa de otro; cuando busco algo que necesito y no quiero hundirme con las negativas.
Es lo que hacemos con esta emoción: si podemos aceptarla o no, cómo la expresamos, si  la dejamos salir o la reprimimos, lo que muchas veces, ocasiona todos los problemas.
Los niños, desde temprana edad, aprenden que la rabia es peligrosa, está mal vista, generalmente es rechazada. Sin embargo, reciben un mensaje contradictorio: de un  lado, vivéncian el arrebato de ira de los adultos (que también en momentos nos convertimos en monstruos) ya sea en una forma muy directa o en la forma indirecta de una gélida reprobación, pero usualmente no se acepta que los niños manifiesten su propia rabia. De modo que, muchas veces, aprenden maneras insanas e inapropiadas de expresar esta normal emoción humana, reprimen, desvían, la proyectan fuera.
Las emociones no son buenas ni malas. Todas nos traen una información y nos movilizan para la acción, tienen una función. Por otro lado, siempre encuentran una vía de expresión, por extraña que esta sea.
Los niños, en ocasiones, no tienen más remedio que expresar sus emociones de enfado de  maneras inapropiadas: maneras  perjudiciales para ellos, que los hacen meterse en problemas y que no hacen sentir satisfacción  a quien les rodea ni a sí mismos.
Algunos, se hacen a sí mismos lo que les gustaría hacer a otros e irrumpen con dolores de cabeza o estómago. Otros, desvían su rabia y dan puñetazos, muerden o dan patadas sin sentido en los momentos más inesperados. Y el cuerpo de otros niños expresa su rabia con pesadillas o imaginando que todo el mundo está enfadado con ellos. Utilizan estas conductas, para sobrevivir, contactarse con el medio ambiente, intentar satisfacer sus necesidades, de la manera que pueden.
La rabia parece tener los efectos más insidiosos en nuestra sociedad, quizás por que es la emoción menos tolerada. A los niños les cuesta, normalmente, expresar sanamente su enfado.
Es por eso oportuno, ayudar  a los niños a transitar la experiencia de esta emoción.  Creo que para ello, es importante ayudarles a Tomar conciencia de la rabia, “veo que estás  muy enfadado”, hablando sobre la emoción, compartiendo sus sutilezas y matices, mientras más experiencias tengan con diversas formas y descripciones de los sentimientos, los comunicarán mejor (la rabia, por ejemplo, puede ir desde una leve irritación y fastidio, hasta la ira extrema, furia y cólera).
Otro aspecto importante es el de Aceptar la rabia “está bien enfadarse”, es natural y es por algo que ocurre que pone (o yo imagino que pone) en peligro mi “integridad”, todos la sentimos, a veces. Es a su vez, normal, tener emociones encontradas sobre una misma persona o cosa (puedo sentirme enfurecida con mi mamá, odiarla por que me apagó la tele, y quererla con locura).
Seguidamente, podemos ofrecer a los niños, diferentes opciones para que puedan elegir como expresar su rabia. Ayudarles a elegir como quieren expresar su enfado, directamente o en privado, de alguna otra forma que no dañe a los demás ni así mismo, ya que la rabia, de todas, todas, va a salir. Así, si no puede expresarla directamente, existen muchas otras maneras seguras de librarse de esa energía rabiosa y es bueno darles a los niños esas opciones: puede expresar en palabras que le ha disgustado; puede escribir sobre su rabia; puede escribir una lista con todas las palabras rabiosas que se le ocurran. Puede dibujar, pintar o garabatear su enfado; puede romper un diario, hacer bolas de papel, golpear la cama con un almohadón, pegarse una carrera, aullar en la ducha o estrujar una toalla… De alguna manera, dejarla salir, permitir que se exprese que generalmente, tiene algo importante que decir. Con ella, el niño está tratando de satisfacer sus necesidades de amor, respeto, libertad, contacto físico, juego... La rabia cuida de él. Aunque esas necesidades, muchas veces nos incomoden a los adultos, dejemos salir los monstruos.
Publicado en el Última Hora, el 3 de Noviembre, 2012

domingo, 21 de octubre de 2012

INFANCIA, DIVINO TESORO


Nacemos inacabados. El bebé humano es la criatura que nace más dependiente del cuidado de sus progenitores para vivir y desarrollarse. Necesitamos que nos provean de alimento, higiene, abrigo e igual o más  importante, de  afecto, atención y contacto físico. Nacemos a su vez, con un gran potencial latente que sigue un intricado plan genético,  a la espera de ser desarrollado en íntima relación con el medio ambiente. Es este medio ambiente el que perfila la manera, el modo en el que el plan genético se va a manifestar en cada uno de nosotros.
Hoy sabemos que el desarrollo inicial es delicado y de gran importancia. Es el fundamento, son los pilares del bienestar del cuerpo y del alma del individuo. De lo que sucede en los primeros años, los más susceptibles de todos, dependerá la personalidad del adulto que intervendrá en un futuro en el mundo. Por eso la infancia es un tesoro que vale la pena cuidar con entrega y conciencia, por el bien individual y el colectivo.
Sin embargo, el estilo de vida de la sociedad actual, tiende a alejarnos de la subjetividad que caracteriza al ser humano, en honor de la objetividad de la ciencia y la predictibilidad de las máquinas. Desconectándonos de la transformación personal que acontece y de la tremenda aventura que supone, el volvernos padres o madres. Desconcertados, nos volvemos hacia los profesionales o los manuales sobre educación deseosos de encontrar una receta mágica. Dejamos de hacernos eco de nuestra intuición y sentido común, quedándonos,  la mayor parte de las veces con una sensación de culpa e inseguridad tanto en cuanto a nuestras acciones como a nuestras omisiones.
Es por todo ello oportuno profundizar un poco sobre la condición infantil y reapoderarnos de ser madres y padres. Observar las particularidades, edades, fases, potencialidades y límites de nuestros hijos. Revisar cómo son nuestros métodos de crianza actuales con la conciencia del peso que tienen en la construcción del futuro ser adulto en el que se convertirán nuestros hijos.  Con la voluntad de mejorar,  para que nuestros hijos puedan desarrollarse en un ambiente más saludable y respetuoso, provistos de una estructura de carácter equilibrada, cuya fuerza vital les capacite para tomar sus propias decisiones, encontrar sus propios caminos y llevar las riendas de su propia vida, contribuyendo así a la creación de un mundo donde todos los seres humanos podamos vivir en armonía con nosotros mismos y con la naturaleza de la cual también somos parte.
He aquí algunas pocas observaciones, a modo de reflexión en torno a estas primerísimas etapas y el modo en el que, si no somos conscientes y tomamos decisiones alternativas, la propia inercia de la cultura nos empuja a acometer:
El desarrollo infantil se da por etapas, empezando ya desde la concepción. Sabemos que sigue unos tiempos y un ritmo programados internamente, autorregulados. Lo cual significa que determinadas edades son especialmente favorables, debido a la maduración del cuerpo y el cerebro, para la consolidación de  ciertas aptitudes emocionales, cognitivas y físicas, siempre que el entorno sea adecuado, por lo menos suficientemente bueno. Igualmente, no podremos adelantar la adquisición de una aptitud si la maduración física no lo permite. Si no es así el desarrollo se verá comprometido, surgirán complicaciones que pueden afectar a la formación del carácter y a la salud psíquica y física. Cuan prioritario debería ser entonces el velar por el establecimiento de unos buenos vínculos afectivos, el respeto a los tiempos y ritmo de maduración, así como por  la satisfacción de las necesidades del niño, pilares todos de este entorno adecuado, tan necesario. Para ello es forzoso el tiempo de dedicación, de convivencia, de estar y compartir desde la serenidad y la calma. Y sin embargo, los padres presos del sistema laboral, nos vemos forzados a delegar en instancias varias, ese tiempo de dedicación.
El útero es el primer ambiente del bebé. La condición vital y energética de este hábitat cobra un significado para el bebé de aceptación o de rechazo, de tranquilidad o agitación ya en los primeros momentos de vida. El vínculo primordial surge del contacto continuo e íntimo del embrión con la madre. Cuando se quiebra la armonía interna que proporciona el útero, debido a alteraciones  físicas o químicas o  bien debido a aspectos psicológicos estresantes de la madre, el desarrollo puede verse seriamente perturbado. Muchas veces en nuestra cultura moderna de “superwomans” no tenemos en cuenta la vital importancia de este periodo y la dinámica popular nos impulsa a continuar con nuestro ritmo habitual, sin tener en cuenta la sagrada labor de estar creando una vida en nuestro interior.
El nacimiento es otro de los momentos importantes. Cuanto más natural, íntimo y amoroso sea el parto, más suave será el tránsito al espacio extrauterino, más rápida y mejor la adaptación del bebé al mundo y también la recuperación de la madre. Sin embargo nuestra cultura  del miedo conduce, las más de las veces, a que esta instancia sea tratada de manera excesivamente intervencionista, sin respetar las fragilidades emocionales del momento de la madre y bebé. Alimentando la vivencia de miedo, ansiedad, falta de autonomía e iniciativa. Desconectándonos nuevamente de nuestra fuente interna de conocimiento y autorregulación.
Y así sucesivamente, en cada momento, en cada etapa, con cada actuación por parte de los adultos cuidadores, vamos condicionando la manera en la que nuestros niños se van construyendo así mismos. En efecto, la educación sirve para transmitir nuestros valores, pero también nuestros “sin sentidos”. Nuestra cultura en crisis, es una cultura enferma que está reclamando a gritos una revisión que cambie el rumbo del mundo. Es necesario comenzar a tomar decisiones conscientes en torno al trato que les ofrecemos a nuestros hijos, ya que son nuestra apuesta de futuro, nuestro tesoro.
Publicado en el Última Hora, el 20 de Octubre del 2012

lunes, 8 de octubre de 2012

VIVIR ES MÁS QUE SOBREVIVIR

Los humanos tenemos una gran resistencia a la adversidad, un gran instinto de supervivencia. Este instinto natural se convierte, muchas veces en una exigencia interna de omnipotencia, como si debiéramos poder con todo lo que la vida nos entrega, casi sin despeinarnos, como “supermanes” emocionales.  Es decir, continuar con el día a día, igual que siempre, inalterables.  Quizás hayamos sido madres o padres, estemos atravesando la adolescencia o la menopausia, se nos haya muerto una hermana, nos hayamos quedado sin trabajo, nos hayamos dejado de hablar con un familiar… Da  igual, lo importante es que estemos  bien, igualmente bien vestidos, productivos como siempre y con buenos modales con todos, eso es lo que cuenta. El sistema democrático y la ciencia, nos apoyan  y nos ofrecen todos los recursos para que así sea. Tan sólo estando enfermos, nos podemos excusar un poco.
En nuestro mundo occidental de bienestar  y  progreso, hemos perdido el sentido sagrado de la vida y actuamos sin demasiada conciencia, como si nada importara y todo se pudiera hacer sin consecuencia alguna. Basta con que nuestras acciones nos sirvan para sobrevivir, sea como sea, sin tener muchas veces en cuenta a los demás, al entorno ni a nosotros mismos.
Vivimos un  momento eminentemente secular y desacralizado. Desconectados de lo misterioso y trascendente de la vida, carentes de espiritualidad. Sin darnos clara cuenta del reverso de esa moneda. Esta desvinculación del hecho espiritual es una de las razones más grandes que tiene sumido a occidente en la enfermedad mental, en la neurosis colectiva, en el enganche popular a los psicofármacos o a evasivos de todo tipo.
Miramos con sospecha el fenómeno religioso del pasado y con razón. Nuestras religiones hablan un lenguaje obsoleto hoy día y han sido contaminadas con el espíritu de autoridad de nuestra cultura patriarcal. Como sustituto, nos creímos los criterios de la ciencia y quisimos que ella nos diera seguridad y salvación. Así, las personas  nos estamos ocupando tan sólo de nuestro desarrollo horizontal, realizando únicamente movimientos de expansión destinados a la supervivencia, haciendo mecánicamente siempre lo mismo y sin darle más sentido a la vida que el de resistir, sin más.
Sin embargo, la sed espiritual continua viva en  algunas personas y la podemos observar en  las múltiples aproximaciones alternativas a la religión que surgen en la actualidad, con el objetivo de  satisfacer esa sed: clases de yoga, chi kung, biodanza, centros de meditación, encuentros chamánicos, músicas para la nueva era, fiestas rave, son algunos ejemplos. La práctica de la psicoterapia humanista también se hace eco de esta demanda.
Diría que esta sed es intrínseca a la vida misma, aunque muchas  veces no nos demos cuenta de ella o no sepamos como cuidarla ni qué hacer con ella. Surge cada vez que sentimos que nos falta algo y sabemos  que lo que nos falta no es de este mundo, no es algo tangible, si no que tiene más que ver con una búsqueda interior, metafísica. Esta búsqueda adopta diferentes formas y caminos y se expresa con diferentes palabras que hacen referencia a la búsqueda de la Verdad, el Ser, el Amor, el Misterio, la Unidad, la Autenticidad, el Universo, Dios.
Como la vida es sabia, ella nos busca y nos invita una y otra vez a ejercitar  movimientos  en vertical para ver un poco más amplio y contagiarnos un poco de esa  trascendencia. Todos los momentos de adversidad son oportunidades para dar ese paso. Nos colocan en una encrucijada en donde podemos atrevernos a ceder y experimentar  lo feo, incómodo, doloroso y decadente de algunas experiencias de la vida, sentirlas en toda su profundidad y dejarlas pasar. Y desde ahí salir purificados y con energías renovadas. Habiendo experimentado un ciclo más de vida/muerte/vida como parte integral de lo que corrientemente llamamos vida. Habiendo atravesado el malestar, la desazón, la incomodidad, sin evitación, aceptándolas y amándolas como parte de nosotros mismos e integrándolas como parte de nuestra experiencia colectiva, por el mero hecho de existir.
Así la vida sí que sirve para algo más. Así, claro que tiene un sentido.  Venimos al mundo a completar nuestro desarrollo, a realizar un trabajo con nosotros mismos, a aprender algo de toda esta experiencia vital. Ese es el sentido, el de realizar ese aprendizaje.  Aunque tan solo sea, el de aprender a vivir mejor, o el de darnos cuenta de que “no siempre podemos solos y estupendos”, mejor dicho de que “no tenemos que poder solos y estupendos”, el de acercarnos más a la salud, al amor  y a la felicidad, lo cual no significa pasarlo bien todo el rato, si no saber estar en cada momento, con lo que tenga que pasar.
Publicado en el Última Hora, el 6 de Octubre, 2012

SI QUIERES VER TRANSFORMAR EL MUNDO, COMIENZA POR TI.

Cuando la vida se torna difícil  y complicada, como en estos tiempos que corren y nos vemos  sumidos en un malestar difícil de sobrellevar, surge de nosotros el impulso de buscar una explicación, una solución a nuestro pesar y al del mundo.
Muchas veces, la salida inmediata que encontramos a estos malestares, el personal y el mundial, viene encabezada por localizar un culpable: nuestro jefe, nuestra pareja, los políticos,  el sistema…Y contra él o ella descargamos toda nuestra rabia y frustración. Criticamos, despotricamos, buscamos aliados, nos desahogamos.  Sin embargo, volvemos a estar donde antes, la situación no ha mejorado, quizás se haya tensado un poco más, si cabe. Seguimos inmersos en el mismo malestar.
Queremos un mundo mejor y ni tan solo sabemos ofrecernos una vida mejor a nosotros mismos. Nos queremos poco y nos tratamos mal. Nos culpamos, castigamos,   exigimos, competimos, nos sentimos mal. Algunos se rindieron y ya no le piden a la vida nada mejor.
Y así, cómo podemos imaginar que el mundo se pueda transformar en un hermoso y pacífico lugar, si el mundo que vivimos, del que nos quejamos, el que nos gustaría ver cambiar, lo hacemos las personas. Todos y cada uno de nosotros, con nuestros pensamientos, emociones y acciones somos parte activa de este gran sistema. El malestar mundial no es más que un eco del malestar de todos nosotros.
 En realidad, desconocemos lo que de verdad queremos, quienes somos, cómo hemos llegado a estar como estamos y todas  las posibilidades que tenemos. La mayoría de nosotros, en mayor o menor medida, vivimos nuestras vidas en un estado de semiinconsciencia, sumidos en la ignorancia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. Vivimos desde el ego, esa máscara que hemos construido y con la que nos hemos identificado. Tuvimos infancias llenas de dolor y carencias y decidimos olvidar, para no sentir más. Sin darnos cuenta, este estado se apodera de nosotros, nos bloquea y sume en la desesperanza: “no hay nada que hacer, la vida es así de dura, en el mundo siempre hubo guerras” nos decimos.
Desde ahí, desde el ego,  no nos queremos a nosotros mismos, ni tampoco a los demás.  Actuamos movidos por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional. La vivencia de sentirnos amigos de nosotros mismos, de  “sentirme en casa” cuando conecto con mi interior, es extraña para la mayoría, hoy día.
Si queremos cambiar el mundo, hemos de atrevernos a enfrentarnos primero, al cambio interno, a nuestra historia personal a lo que nos condiciona y estructura esa manera de interpretar la vida. A lo que nos hace: sentir que el mundo tiene que ser un lugar hostil, tratar a nuestro cuerpo y a nosotros mismos como nuestro peor enemigo, relacionarnos con los demás desde la sumisión o el poder. Cambiar la mirada hasta que lleguemos a darnos cuenta de que vamos todos en un mismo barco, de que los demás y el entorno son partes de nosotros mismos y reflejan lo que llevamos dentro. Amándonos un poquito más. Empezando por nosotros mismos.
Publicado en el Ciutadella de Franc, en Octubre del 2012

EL AMOR EN TIEMPOS REVUELTOS

Vivimos momentos de cambio y diversidad en el mundo de las relaciones personales. Ya no hay modelos únicos. Las relaciones se establecen más, desde la libertad que no por necesidad o imposición. El por qué y para qué de las relaciones de pareja pareciera estar en crisis. Las parejas discuten, se separan, se inician otras nuevas, algunas se hacen trío… Cómo en tantos otros ámbitos de nuestra cotidianeidad, perdimos el sentido profundo que tienen y los convertimos en meros objetos de consumo, de placer rápido, en cosas de usar y tirar.
Si embargo, el sentido y propósito de la relación de pareja  debería  contribuir al crecimiento personal de los dos miembros de la pareja, al desarrollo de sus conciencias. Una pareja sana y duradera  es la que permite a cada una de sus partes andar su camino de evolución, acompañándose con respeto y amor incondicional, atendiendo a las necesidades individuales y a las colectivas (las de la pareja, como otra tercera estancia o las de la familia, si  es que han establecido una). No tiene nada que ver con la posesión ni la  dependencia; con la imitación ni la competencia.
Amar más no significa querer estar al lado del otro todo  el día ni necesitarle forzosamente para nuestra supervivencia; tampoco es que el otro tenga que ser igual a mí ni que yo sea más y mejor que el otro. El amor tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con apertura, respeto, libertad, compasión, placer, admiración, aceptación, incondicionalidad. Tiene que ver más, con la capacidad de amarnos honestamente a nosotros mismos que con encontrar a la persona adecuada, a la que amar.
Ocurre que cuando nos enamoramos ocurre algo mágico que nos proporciona gran placer y nos da un vuelco a la vida: nos fijamos en alguien por quien nos sentimos atraid@s y dejamos caer las barreras que nos separan de los demás, nos abrimos al amor, se produce un encuentro de ser a ser. Entonces, queremos estar al lado del otro todo el día, pareciera que nos falta el alma si hemos de estar separados, sentimos que tenemos un montón de cosas en común y las que no, también las amamos ya que nuestr@ enamorad@ es el mejor ser de la tierra.
Esto dura poco, unos meses, un par de años si cabe. Pronto aparecen las dificultades: nos topamos con nuestras carencias, las imperfecciones del otro, nuestras diferencias. Y es que cada uno, aporta a la relación de pareja su propia historia personal, su mochila, cargada de luces y sombras. Llegamos a la relación de pareja, como ocurre con otros sucesos de la vida, inmaduros y sin saber. Condicionados por el modelo de pareja que aprendimos de nuestros padres que marcará, en gran medida, nuestra predisposición y hará que nos vinculemos con el otro siguiendo esos viejos patrones (desde la imitación o desde la rebeldía). Al menos, mientras no nos demos cuenta.
Es entonces cuando se hace necesario ampliar nuestra conciencia, nuestro “darnos cuenta” delo que nos está pasando (lo que sentimos, lo que esperamos, cómo nos expresamos…)  y dejar partir ciertas creencias y actitudes. Cuando  es necesario  crecer  para acoger el aprendizaje que toda relación íntima encierra, para que la relación de pareja pueda aflorar.
Aunque, muchos de nosotros hemos crecido con la creencia de que un príncipe o una princesa encantada, aparecerá un buen día y  nos sacará de nuestra penumbra y soledad para aportarnos  vitalidad y pasión. El éxito de la relación en pareja, no depende de encontrar esa “media naranja”. Depende  en realidad, de la voluntad  de estar juntos para llegar a algo más grande, del deseo de realizar proyectos en común (bien sea una familia, una casa, un negocio, viajes, etc.), de la conciencia de que juntos hacemos equipo y sobre todo,  del trabajo  interior de las dos personas que componen la pareja. El trabajo más importante es el de un@ mism@, es personal.
Un@ tiene primero que aprender a amarse a sí mism@, a cuidar de sí. Eso, ya es un reto. En general  crecemos con poca capacidad amorosa, ya que estamos enojados y llenos de venganza, debido a dolores de infancia que ya ni recordamos. Para lo cual, hemos de emprender la tarea de conocernos a nosotros mismos y tomar conciencia de nuestras virtudes, defectos, necesidades y carencias (que todos tenemos luces y sombras) y  de nuestro potencial de crecimiento y autosuperación. No debemos esperar que sea el otro quien satisfaga nuestras necesidades ni resuelva nuestras frustraciones. Nuestra pareja está para acompañarnos, apoyarnos, amarnos, no para resolver nuestra vida por nosotros. 
Es natural, que de la relación de pareja surjan conflictos, que pasemos pena en momentos, mientras  la construimos. Si es una relación auténtica y la queremos hacer duradera, lo natural es que provoque en cada una de las partes un movimiento, un quiebro, a través del cual se abre  la posibilidad de  un trabajo personal  que nos impulsa a crecer. Es como hacer terapia. Y aunque hay en momentos “se pasa pena” dentro de la relación; vale la pena, ya que también trae muchos momentos de gratificación.
Publicado en el Última Hora, el 22 de Septiembre del 2012

¿QUÉ ES Y PARA QUÉ SIRVE LA PSICOTERAPIA?

SI NO CAMBIAS NADA, NADA CAMBIA.
La psicoterapia es un  método de abordaje de las dificultades y los problemas por los que pasamos las personas en determinados momentos de la vida. Utiliza conocimientos y técnicas psicológicas para ayudar a las personas  a mejorar su calidad de vida; a cambiar lo que se puede cambiar y a aceptar lo que no se puede.
El objetivo de la psicoterapia es que la persona que acude a consulta aumente su capacidad para resolver sus problemas y para satisfacer sus necesidades, facilitando una buena relación consigo misma, con los demás y con el entorno.
Son muchos y variados los problemas y dificultades que se pueden llevar a una consulta de psicoterapia: depresión, estados de ansiedad, problemas de pareja o de relación con otros, baja autoestima, fobias, adicción a algún tipo de sustancia o comportamiento, crisis vitales, pérdidas afectivas, procesos de cambio, son algunos de los más característicos. Pero además: cualquier tema que aborde la relación humana, la expresión de uno mismo en la vida, el sentido que se le quiere dar a ésta, son asuntos que también se pueden tratar en el espacio de una psicoterapia.
Así pues, la psicoterapia está dirigida a toda persona que sienta que los acontecimientos actuales de su vida, le están desbordando o no le satisfacen suficientemente y quiera mejorar.
La mejora se consigue a través de un proceso en donde se establece una comunicación íntima, sincera y confidencial entre el terapeuta  y paciente, que será la facilitadora del cambio. A través del diálogo y de ejercicios guiados, en este proceso se abordan las cuestiones pendientes que están impidiendo a la persona ser resolutiva con sus problemas y dificultades.
Este trabajo dura un tiempo variable que dependerá: del tipo de problemática, del nivel de profundidad al que quiera llegar la persona y de la orientación psicoterapéutica con la que se aborde la psicoterapia. Cada enfoque: el  humanista, el transpersonal, el psicoanalítico, el cognitivo-conductual pone el énfasis en diferentes aspectos de la persona e inspira una manera de hacer diferente. Es por eso importante que la persona que acude a una psicoterapia distinga si el enfoque que tiene su terapeuta es afín, resuena, con su propio planteamiento vital.
En cualquier caso, es importante resaltar que se trata de un proceso, es decir de un trabajo que se lleva a cabo a lo largo de un tiempo. El psicoterapeuta no da ninguna solución;  si no que facilita el que nosotros encontremos la nuestra. Esta solución implica, generalmente un cambio en nuestra manera de pensar, percibir y hacer las cosas y eso requiere de un trabajo profundo, que no suele ser rápido ni sencillo y que vale la pena emprender ya que nos facilita crecer y madurar hacia la salud y la sabiduría.
La psicoterapia te ofrece un espacio seguro y libre de juicios, para ampliar tu conciencia, entender mejor lo que de verdad te está pasando, reconocer y atreverte a expresar tus necesidades y objetivos, asumir tu responsabilidad y potenciar tus propios recursos. Es un instrumento muy útil para mejorar el bienestar y la  calidad de vida.