lunes, 31 de diciembre de 2012

SE HACE CAMINO AL ANDAR

En estos tiempos de internet, mandos a distancia, vuelos transcontinentales y cocina precocinada, estamos contagiados de un deseo de inmediatez, desde donde buscamos respuestas concretas  a nuestras dificultades e incertidumbres, ya. Queremos llegar a la meta sin andar el camino. La insatisfacción e incertidumbre, intrínsecas del que busca, son vistas más bien como  defecto o debilidad, en lugar de ser honradas como lo que son, motivación para seguir haciendo camino en busca de visión y comprensión, aprendiendo de la vida que deja huella, para algo.      
Así, por ejemplo  cuando caemos enfermos, mental, emocional o físicamente, la mayoría de nosotros acudimos a un profesional de la salud, con ánimo de que nos diga lo que nos pasa y nos dé una solución rápida que nos reponga cuanto antes, si es posible, sin dolor. Delegando la responsabilidad de nuestro malestar, queriendo volver a la situación previa de bienestar, casi por arte de magia, sin andar el camino y renunciando al aprendizaje que pudiéramos extraer de él. Sin querer escuchar nuestros síntomas que nos están expresando algo y nos ofrecen rica información sobre como estamos viviendo nuestra vida y qué estamos dejando de lado, sin resolver.
Sin embargo, en muchas ocasiones de malestar acabamos dándonos cuenta de que frente a ellas no hay recetas hechas, certezas, inmediateces,  ni dogmas, si no más bien un camino por recorrer, el de quien busca en su interior.
El buscador interior es aquel que se interroga y se cuestiona. Se flexibiliza para poder descubrir y aprender nuevas opciones. Se atreve a situarse en la incertidumbre del “no se´”, a abandonar viejas ideas, costumbres  y maneras de hacer frente a las cosas. El buscador  interior se hace consciente de sus éxitos y errores, de sus defectos y  virtudes. Deja de rehuir sus temas pendientes, comprometiéndose consigo mismo y con la vida, sabiéndose único responsable de su historia, dejando espacio para que lo nuevo pueda florecer. Con la intuición de que el principal enemigo a vencer habita dentro de sí  mismo y es “aquel” que no le deja vivir la vida en paz, ese diablillo interno que le juzga, critica y exige.  A sabiendas de que hasta que no encuentre la manera de demostrarse a sí mismo amor y aceptación, no cesaran sus males.
El buscador interior reserva un tiempo  para observar y darse cuenta de que las cosas no son por que sí, fruto del azar, ni nos llegan por mala suerte. Se da cuenta de que hay un hilo conductor en el suceder de las cosas, de que tienen un por qué y de que es él el principal protagonista  de su vida, sobre quien recaen las consecuencias de sus acciones y actitudes. Se atreve a mirar con honestidad, en donde está boicoteándose  a través de su actitud, muchas veces inconsciente. Responsabilizándose.
El buscador interior es consciente de que para conseguir la salud y la armonía, hay que trabajar en ello durante un tiempo. Se trata de encontrar el camino de  vivir acorde con lo que pulsa en su interior, con los deseos de todo su ser y eso no es tarea fácil.
Este trabajo es difícil hacerlo a solas, e imposible de hacer en un “tris”. Su senda esclarecedora, es también dolorosa y escurridiza. Necesitamos acompañantes  que nos reflejen donde estamos, referentes que nos muestren estrategias, maestros que  inspiren nuestra búsqueda, para no escaparnos nuevamente de nuestra responsabilidad por la vía más rápida. Médicos, psicólogos, terapeutas, guías espirituales acompañan esta búsqueda. Cada cual ha de sentir quienes le acompañan mejor en cada momento.
La psicoterapia humanista es una de las posibles herramientas de acompañamiento para realizar esta búsqueda. Sus sesiones brindan un entorno seguro, protegido y terapéutico, de apoyo, confianza, sinceridad y respeto, desde donde explorar y  practicar:
-          El autoconocimiento, la comprensión de la propia vida, nuestras relaciones, nuestro condicionamiento.
-          La atención, la consciencia momento a momento, para facilitar una actitud ante la vida de desapego, la que no se engancha con cosas nimias.
-          La confianza o fe organísmica, la entrega a lo natural de nosotros mismos, al cuerpo, abriendo paso a lo espontáneo, a soltar el control.
-          El silencio y el contacto íntimo con el espacio interno para identificar qué nos hace bien y qué mal.
 Poniendo paz a las bestias que nos habitan y enferman, aprendiendo a respetarnos y cuidar de nosotros mismos y así sí, encontrar el camino para cuidar también de los demás.
Publicado en el Última Hora, el 29 de Diciembre del 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

ESTAR BIEN CON LO QUE HAY.

Menorca ya se ha vestido de Navidad, las fiestas ya están aquí y en estos días vivimos su anticipo con todo lo que suponen: alegría, reencuentros familiares, gestos  generosos, buenos pensamientos y también, en igual o mayor proporción: tristeza, soledad, frustración económica, problemas relacionales. Y es que nos gusten o no nos gusten, las Navidades  constituyen uno de los acontecimientos más importantes del año y es difícil escapar a su influjo y a su contradicción. Hay mucho movimiento psicológico en estas fechas. Los encuentros, las ausencias,  los preparativos, las expectativas, los regalos…todo ello hace que tanto el amor y la efusividad, como  el dolor y el sufrimiento se hagan más evidentes. Cuando menos, suponen cierto grado de estrés y desequilibrio emocional, para bien y para mal.
El sentido y significado de estas fiestas es múltiple y diverso según la perspectiva desde la cual las vivamos. Para algunos tienen un sentido religioso, para otros, festivo,  económico o de encuentro familiar y social. Quizás los aspectos que más nos remueven, a pesar de los cambios que han sufrido la familia y la adhesión a la religión en los últimos años, están condicionados  por la concepción de la Navidad como la fiesta familiar por excelencia y por la dimensión espiritual profunda que tiene, aunque no nos sintamos religiosos.
El significado original en latín de Navidad es el de volver a nacer. Los cristianos, crearon el ritual que hoy nos llega, para celebrar el nacimiento de Jesús y que más allá de concepciones religiosas, en nuestro inconsciente representa también, la posibilidad de un renacimiento interior al amor, en cada uno de nosotros. De hecho ya los romanos y así otras muchas culturas, también de manera ritual, se reunían y celebraban esta misma fecha, en conmemoración al dios sol, con el nacimiento de la prolongación de los días, tras el solsticio de invierno, abriéndose a la vida y agradeciendo la luz que sucede a la oscuridad. Incluso para la gente más agnóstica y reacia, hay como una especie de tendencia intuitiva que nos mueve a juntarnos y a hacernos reflexiones y replanteamientos vitales.
Así que, por un lado, el ritual de la Navidad constituye una invitación al reencuentro con la familia,  con familiares y  amigos que a lo mejor no hemos visto en meses, algunos con los que no nos llevamos bien o tenemos temas sin cerrar. Por eso es esperada con fervor por quienes viven una situación personal y/o familiar armónica (con sus diferencias y dificultades que saben equilibrar) y temida o rechazada por quienes tienen situaciones personales y/o familiares delicadas o espinosas y no se han preparado a tiempo para vivir las fiestas desde otro lugar. De alguna forma el imaginario colectivo trata de reproducir el ideal de familia extensa y cohesionada, con toda la carga emocional  que para muchos, eso supone. De hecho, muchas personas se confunden creyendo que el ritual reforzará los lazos familiares debilitados, cuando es más bien al contrario, el ritual si no es asumido por los participantes no puede arreglar la relación, si no alterarla, agitándola aun más si cabe.
Por otro lado, la Navidad representa una inflexión, una parada o paréntesis que nos propone abrirnos a la ternura del compartir, dejar partir el dolor de nuestros pesares y renacer fortalecidos. Nos invita a conectarnos con nuestra sencilla autenticidad para reunirnos con las personas que queremos y juntos celebrar la vida. Para algunos, también esta invitación pudiera  ser dolorosa o conflictiva, sobre todo cuando la expectativa de amor, compasión y buenaventura es vivida como una imposición, con exigencia.
Y es que, si bien los rituales han tenido siempre una función social de vinculación con la historia, con la tradición, dando identidad a los pueblos y a las personas. Y nos han servido, en numerosas ocasiones, para facilitar  la cohesión, la comunicación, la cooperación y la ruptura de rutinas, haciendo que los días sean especiales; también en otros momentos, con su tendencia a la rigidez pueden asfixiar lo que en origen se proponen. Cuando la sociedad cambia, cambian los valores de sus gentes y su estilo de vida y entonces el seguir compartiendo un ritual que sirvió en otro tiempo para otras formas, puede agobiar o reprimir a las personas, convirtiéndose  en un conflicto, sin cumplir las funciones que el mismo tiene. De igual manera, cuando no es vivido como una invitación si no como una imposición, se puede fácilmente convertir en un teatro, en una mentira, perdiendo su sentido profundo.
Por eso, soy partidaria de que quien no se sienta a gusto dentro del ritual, se permita cambiarlo, dejando de lado lo que constriñe y disgusta, abriendo espacios de negociación con la familia y acercar el ritual a algo más representativo para cada cual, más próximo y enriquecedor. De hecho, de manera natural y sin planteamientos teórico previos, muchas gentes van creando y descubriendo nuevos rituales. Gente inmigrante, familias de padres separados, familias reensabladas, jóvenes que sin creer en la religión se aproximan a la espiritualidad desde otro lugar, todos ellos van haciendo un cambio en el ritual de la Navidad.
Así que para que la experiencia de estas navidades sea positiva es oportuno abordarlas con mentalidad abierta, sin rígidas expectativas de cómo deberían ser, atreviéndonos a aceptar  emociones diversas, nuestras y de los demás, aprovechando los momentos de recogimiento para entrar en nuestro interior y con el corazón proponernos mejorar, tratando de estar  lo mejor posible con lo que hay, que si lo sabemos valorar,  no es poco.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 15 de Diciembre, del 2012