Hay personas a los que la vida parece sonreirles. Lucen una buena
disposición, hacen frente a las vicisitudes con resolución y se rodean de
gentes que les valoran. En el otro extremo, hay otras personas que parecieran
siempre estar incómodos, como que algo les falta, tienen dificultades y la
gente que les rodea son también fuente de queja y malestar.
La investigadora y trabajadora social americana Brené Brown
realizó un exhaustivo estudio con familias, para ver cual era el ingrediente
que hacía que a algunas personas, la vida pareciera sonreirles y tuvieran una fuerte sensación de valía
personal y las que luchan por
conseguirlas. La variable principal que encontró marcaba una importante
diferencia. Ésta fue que las personas a
las que la vida trata bien, tienen una
buena autoestima, es decir que sienten amor hacia sí mismos y aceptación por
parte de los demás. Y lo más llamativo, es que estas personas simplemente creen que son dignas de
experimentar este amor y esta aceptación, por que sí, siendo tal cual son. Así
de sencillo, creen que se lo merecen y
que son dignos de eso, sin más. Estaban dispuestas a dejar de lado lo que
pensaban debían ser, para ser quienes son: humanos imperfectos, dignos de
realizar sus vidas. Así, facilitaban su relación con los demás, sintiéndose
íntimamente unidos a través de la imperfección que nos es común. Ya que como
resultado de esta autenticidad, de este atreverse a mostrarse tal cual eran,
salía una fuerte conexión con los demás. Se sabían vulnerables e imperfectos. Y
en lugar de pensar que esto era algo insoportable y vergonzante, pensaban que era justamente lo que los hacía
ser hermosos y humanos. Era algo necesario por el mero hecho de vivir.
El estudio recogió otros ingredientes diferenciadores de uno
y otro tipo de personas:
Coraje fue otro de los ingredientes. Estas personas tenían
la valentía de mostrarse, de contar sus historias personales, de reconocer
abiertamente quienes eran, no desde la mente si no desde el corazón. Es decir,
todas estas personas, tenían coraje de ser imperfectos y mostrarse así, sin
trampas.
Eran a su vez, personas compasivas. En primer lugar consigo
mismas, siendo amables con sus imperfecciones, aceptándolas. Y luego con los
demás. Ya que si no puedes practicar la amabilidad y la compasión contigo mismo,
no puedes ser así con los demás.
Así, aceptando esta vulnerabilidad y esta imperfección, no vivían luchando contra ella o queriendo
eludirla, si no que se permitían sentirla. La conciencia de esta vulnerabilidad
resultó ser otro ingrediente.
Normalmente tratamos de adormecer las sensaciones
desagradables que nos supone la conciencia de nuestra imperfección, con mil y
un artilugios. Y son tantas las situaciones donde nos sentimos imperfectos y vulnerables,
con miedo a ser rechazados, con miedo a no ser suficientes, a que nadie nos
quiera: cuando tengo que ir a buscar trabajo, cuando he de decirles a mis hijos
que apaguen la televisión, cuando quiero entablar un poco de sexo con mi
marido, cuando tengo que pedir ayuda a un familiar por que estoy en el paro o
estoy enferma…Nos cuesta tanto sentir todas estas sensaciones desagradables y
reconocerlas. Que las adormecemos y
evadimos: saliendo a comprar, comiendo por encima de nuestras necesidades,
medicándonos, mirando la tele, drogándonos…
El problema es que no podemos adormecer selectivamente las
emociones que nos hacen sentir mal, si no que cuando nos adormecemos,
adormecemos también el resto de emociones, es decir, también la alegría, el cariño,
el disfrute. Y entonces nos sentimos miserables y buscamos desesperadamente el
sentido y propósito de nuestra vida, sintiéndonos de nuevo vulnerables e
imperfectos y así en un círculo vicioso.
Vivimos en un momento cultural en donde el mensaje que nos
llega de afuera es un mensaje catastrofista de escasez, de que todo anda mal.
Eso nos salpica y también nosotros nos sentimos insuficientemente buenos,
seguros, certeros, perfectos, insuficientemente extraordinarios como para ser
dignos de estar bien. Lo que tenemos que hacer es bien al contrario.
Asumir, aceptar, transitar nuestra vulnerabilidad e
imperfección sintiéndolas y mostrándonos así con ellas. Abrirnos así evita que
nos bloqueemos. Cuando nos guardamos demasiadas cosas en nuestro interior, quedamos llenos de nudos y es difícil crecer
plenamente y sentirnos fuertes en nuestro interior.
Darnos cuenta de que no hemos nacido odiándonos por lo que
somos; de que no hemos nacido para guardar secretos eternamente,
avergonzándonos de que los demás los sepan. Los demás están en lo mismo que
nosotros, no somos tan diferentes. Dándonos cuenta de que somos dignos de la
vida con todo lo que nos puede ofrecer, lo difícil y lo estupendo.
Publicado en el Última Hora, el 20 de Abril del 2013