viernes, 17 de mayo de 2013

HACIENDO CAMINO, AL MEDITAR


Nuestra mente la podemos usar a favor o  en contra nuestro. Si no la atendemos, ni cuidamos de ella se puede erguir como nuestra ama y señora y hacernos pasar malos momentos. Quizás nos repita incesantemente, mensajes de enfado, queja, deseo, preocupación. ¿De qué nos sirven todos estos mensajes, si en definitiva vamos a seguir adelante, viviendo y enfrentando la realidad, de todas todas? Una buena manera de cuidar nuestra mentes y poner orden en nuestro interior es practicando la meditación.
La meditación es una técnica milenaria para el ejercicio de la atención y la ampliación de la conciencia. Existen variados tipos de meditación que se practican hoy en el mundo, dentro o fuera de un contexto religioso. En sí misma, no tiene nada de naturaleza sectaria o doctrinal, puede por eso ser practicada y aplicada por cualquier persona, que profese una fe religiosa o no, con el objetivo de ejercitar su mente y eliminar las tensiones internas y las negatividades que, habitualmente surcan nuestras mentes.
Meditar es un ejercicio saludable para la mente, el cuerpo y el espíritu. Meditar es estar en silencio, calmado, concentrando la atención sobre un objeto externo como una imagen, un mantra o un dios; o interno como la respiración,  el pensamiento, o  la propia conciencia. Es aprender a darse cuenta  de lo que acontece aquí y ahora, en nuestra mente, en nuestro cuerpo y a nuestro alrededor. Es aprender a estar presentes, despiertos, mentalmente abiertos, flexibles, con claridad y paz mental. Así, somos más útiles, eficaces, amables y felices.
Normalmente, aun haciéndonos buenos propósitos, caemos en acometer acciones dañinas para nosotros mismos o los demás. Nuestra mente y nuestra limitada conciencia, a menudo se apoderan de nosotros, a través de deseos, temores, justificaciones o ignorancia y hacemos  lo que bien pensado, no querríamos haber hecho. Sin un buen conocimiento de nuestra mente, nos dejamos llevar por ella, sin tener las riendas.
Meditando podemos observar nuestra mente y no identificarnos con ella. Podemos observar nuestros pensamientos, tomando distancia de ellos y obtener una comprensión más cabal. En cuanto aprendemos a observar nuestra mente y decidimos dejar de forjar acciones mentales perjudiciales, resulta mucho más fácil abstenerse de malos gestos y reacciones emocionales negativas.
Una sencilla manera de meditar que además se puede practicar en cualquier lugar y en cualquier momento es así:
Siéntate cómodamente con tus pies bien plantados en el suelo, tu espalda recta y relajada, en una silla por ejemplo. No hace falta que te pongas en postura “yogui”, sobre todo si no estás acostumbrado. Apoya tus manos en los muslos y cierra los ojos. Lleva la atención a tu respiración, sin forzarla, observándola tal y como está momento a momento. Proponte anclar tu atención en la respiración, observando como entra y sale el aire de tu cuerpo. Observarás que, a pesar de tu propósito, te distraerás. Eso es totalmente normal. Sin embargo, si tan pronto como te das cuenta de tu distracción, traes tu atención de nuevo a tu respiración, ya estás meditando.
Como con toda práctica, a meditar se aprende meditando. Si tienes la oportunidad de dar con un buen maestro, con una buena práctica, mejor que mejor. Si tienes la oportunidad de brindarte ese espacio a ti mismo en tu cotidiano e incorporarlo como rutina diaria, mejor que mejor. Como con toda práctica, sus mejores frutos se dan en el tiempo, es verdad. Tan verdad como que al tiempo se llega, haciendo camino, al andar. Podemos andar nuestra meditación 5 minutitos, un minuto incluso, esporádicamente o diariamente, seguramente, poco a poco querremos saborearla más. Por eso es bueno tener presentes, en nuestra mente, las tres “P” que llama Enriqueta Olivari: paciencia, perseverancia y práctica y con ellas orientar nuestra meditación.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 23 de Mayo, 2013

viernes, 3 de mayo de 2013

OPTIMISMO PARA UN MUNDO MEJOR


En estos tiempos de crisis y cambio, inmersos en este sistema que no refleja verdaderamente lo que somos, ni cuida de nosotros como merecemos, me ha inspirado gratamente, el pensamiento del  autor  de “Un viaje optimista por el futuro”, Mark Stevenson, sobre como los cambios tecnológicos, científicos y de conocimiento están transformando la sociedad en la que vivimos ahora. Y sobre como este cambio, de la era industrial  a la era democrática, cuesta que se haga efectivo. Son muchas y muy rígidas las estructuras (el mercado laboral, la educación, la sanidad, la política, la justicia, etc.) que tienen que cambiar,  para adaptarse a las nuevas necesidades humanas y servirse de los nuevos paradigmas del conocimiento, antes de que alcancemos una nueva realidad.
Los ciudadanos también hemos de adaptarnos a estos cambios, y convencernos de que el mundo podría ser un lugar mejor. Hemos de trabajar para ello de una manera optimista, conscientes de nuestra responsabilidad y poder (más grande que el de los políticos)  para que de verdad, el cambio se dé hacia  donde nos gustaría que fuera: hacia un mundo más amable que cuide del bienestar integral de todos sus ciudadanos. Para adaptarnos a  estos cambios, hemos de cambiar ligeramente nuestra manera de vivir, educar y relacionarnos. La vida es una elección continua, constantemente tomamos decisiones y de ellas depende el resultado que después obtenemos. 
Mark Stevenson se ha dedicado en los últimos años a viajar por todo el mundo, en busca de gente que destaca en el mundo de la ciencia y la innovación, gente que desarrolla cosas buenas y útiles para la sociedad, a pequeña y gran escala, gente que ha creído en que un mundo mejor es posible. Con la finalidad de dilucidar lo que tienen en común estas personas, lo que las une; cual era su manera de pensar o de actuar, para aprender de ellas, extrajo unas características comunes a todas, a las que él llamó “Los 8 principios del optimismo”:
1. Sé optimista, no te conformes con cualquier cosa para tu futuro. Sueña con el futuro tal como quieres que sea.
2. Las personas que hacen cosas que merecen la pena, están motivados por causas que son más grandes que ellas mismas, por un proyecto superior. 
3. Comparte tus ideas, no las protejas. Cuando las ideas se comparten, crecen, se amplifican. Una idea aislada puede acabar estancada. 
4. Toma las decisiones basándote en los principios de la evidencia científica, en los hechos objetivos. Un buen contra-ejemplo sería el de los políticos, que toman las decisiones basados en su ideología y no en lo que realmente funciona como hace un ingeniero cuando construye un puente.
5. No pasa nada si te equivocas, de hecho equivocarse es una manera de avanzar hacia el acierto. El error es no intentarlo. 
6. Somos lo que hacemos y no lo que tenemos intención de hacer. Y la mejor manera de ser lo que somos es, llevándolo a la práctica.
7. Ponte en marcha, supera la resistencia al inicio. Empieza poco a poco hasta conseguir la dinámica de la acción.
8. Trata de pensar cualquier proyecto como un torneo en varias rondas. En cada ronda, vas a fallar un número de veces, mayor al principio y menos conforme tus ideas se vayan conociendo y comprendiendo. Trata de no confundir una ronda con el torneo entero.
Comparto absolutamente con él esta visión. Creo que tenemos que seguir soñando y creando utopías, ya que nos movilizan a seguir haciendo camino con ilusión. Aunque no alcancemos inmediatamente la meta, es seguro que nos aproximaremos más y más a ella. Desde luego, mucho más que si lo que creemos es que todo está fatal y no tiene solución, condenándonos así al fracaso, sin tan siquiera haberlo intentado.

Publicado en el Última Hora, el 4 de Mayo del 2013