En el
interior de hombres y mujeres e independientemente de nuestro sexo, habitan dos
energías, de manara combinada: energía masculina y femenina, en distintas
proporciones, con diferentes fuerzas. Ellas hacen que nos expresemos con unas u
otras cualidades, más típicamente masculinas o femeninas, en las diferentes
áreas de nuestras vidas.
La energía
masculina es característicamente descrita como activa, creativa, intelectual, con
dirección y propósito, perseverante, agresiva, dura, se concentra y está
orientada a la acción. La energía femenina es pasiva, receptiva, emocional, prioriza
el amor y las relaciones, es tierna, cuidadora, atiende a varias cosas a la vez
y sabe empatizar. Ninguna es mejor ni peor, tan solo diferentes y si nos fijamos
bien, más útiles y necesarias, para según que cosas.
La
proporción en la que ambas energías cohabitan, tiñe el pulso de nuestro
comportamiento y no sólo hace que mayoritariamente, hombres y mujeres seamos
distintos .También que cada hombre y cada mujer seamos diferentes, ya que la
combinación energética masculino- femenina no está siempre ligada al género, ni
es la misma en todo momento. Es una para cada persona, incluso para cada etapa
en la vida de una persona o según sea el
escenario en donde estemos desplegando en cada
circunstancia nuestra personalidad. Los atributos masculinos y femeninos
que cada uno vamos desarrollando vienen condicionados, como todos los demás que
configuran nuestra personalidad, por la genética, la historia de vida, nuestras
imágenes inconscientes y la cultura en la que estamos inmersos. Pero están
siempre ahí, disponibles en el interior de cada uno, listos para ser
explorados, si nos atrevemos a soltar nuestro condicionamiento.
Generalmente
y más en épocas pasadas, los hombres han desarrollado mucho más su energía
masculina y las mujeres, mucho más, la energía femenina, contribuyendo a
mantener un estereotipo de lo que es la feminidad y la masculinidad. De hecho,
hasta hace bien poco, los roles de hombres y mujeres estaban fijados y bien
diferenciados: se suponía que los hombres tenían que salir a conseguir dinero
para proveer a su prole y las mujeres debían quedarse en casa para cuidar de
los hijos. Los hombres, a menudo dominaban a las mujeres a través de su fuerza
y su poder económico. Las mujeres, frecuentemente manipulaban a los hombres con sus caricias y
“tejemanejes” emocionales y sexuales. Las caricaturas extremas de estos roles
eran el macho obtuso y el ama de casa
sumisa. La mirada tierna, pudiera ser la de un hombre entregado a su propósito,
distraído de tanto en tanto con la mirada furtiva depositada en una bella mujer
y la de una mujer coqueta, dichosa en su quehacer cotidiano, cuidando amorosamente
de los suyos.
Sin embargo,
al igual que la cultura y la existencia, siempre cambiantes en función de las nuevas necesidades,
conocimientos y hábitos de vida, también las maneras de ser mujer y hombre han evolucionado.
Hace ya unas cuantas décadas que, inicialmente las mujeres y posteriormente los
hombres, hemos ido incorporando cualidades de una y otra energía, acercando
posturas en nuestro quehacer cotidiano, en el trabajo, en lo doméstico, en lo
social y relacional. Unos y otros salimos a trabajar, cambiamos pañales,
hacemos comidas, atendemos lo emocional y las relaciones personales…
De hecho, en
la actualidad cada vez más, hombres y mujeres nos vamos pareciendo más en
nuestros hábitos y maneras. Al equilibrar estas dos energías internas presentes en cada persona, hemos
desarrollado más aspectos de nosotros mismos y hemos mejorado considerablemente
nuestra capacidad de respuesta, en muchas circunstancias de nuestras vidas de
hoy. Es como un baile, en donde si escuchamos bien la música, ésta nos guiará
hacia el ritmo y los pasos más adecuados.