viernes, 28 de junio de 2013

BAILE DE ENERGÍAS

En el interior de hombres y mujeres e independientemente de nuestro sexo, habitan dos energías, de manara combinada: energía  masculina y femenina, en distintas proporciones, con diferentes fuerzas. Ellas hacen que nos expresemos con unas u otras cualidades, más típicamente masculinas o femeninas, en las diferentes áreas de nuestras vidas.
La energía masculina es característicamente descrita como activa, creativa, intelectual, con dirección y propósito, perseverante, agresiva, dura, se concentra y está orientada a la acción. La energía femenina es pasiva, receptiva, emocional, prioriza el amor y las relaciones, es tierna, cuidadora, atiende a varias cosas a la vez y sabe empatizar. Ninguna es mejor ni peor, tan solo diferentes y si nos fijamos bien, más útiles y necesarias, para según que cosas.
La proporción en la que ambas energías cohabitan, tiñe el pulso de nuestro comportamiento y no sólo hace que mayoritariamente, hombres y mujeres seamos distintos .También que cada hombre y cada mujer seamos diferentes, ya que la combinación energética masculino- femenina no está siempre ligada al género, ni es la misma en todo momento. Es una para cada persona, incluso para cada etapa en la vida de una persona o según sea  el escenario en donde estemos desplegando en cada  circunstancia nuestra personalidad. Los atributos masculinos y femeninos que cada uno vamos desarrollando vienen condicionados, como todos los demás que configuran nuestra personalidad, por la genética, la historia de vida, nuestras imágenes inconscientes y la cultura en la que estamos inmersos. Pero están siempre ahí, disponibles en el interior de cada uno, listos para ser explorados, si nos atrevemos a soltar nuestro condicionamiento.
Generalmente y más en épocas pasadas, los hombres han desarrollado mucho más su energía masculina y las mujeres, mucho más, la energía femenina, contribuyendo a mantener un estereotipo de lo que es la feminidad y la masculinidad. De hecho, hasta hace bien poco, los roles de hombres y mujeres estaban fijados y bien diferenciados: se suponía que los hombres tenían que salir a conseguir dinero para proveer a su prole y las mujeres debían quedarse en casa para cuidar de los hijos. Los hombres, a menudo dominaban a las mujeres a través de su fuerza y su poder económico. Las mujeres, frecuentemente manipulaban  a los hombres con sus caricias y “tejemanejes” emocionales y sexuales. Las caricaturas extremas de estos roles eran el  macho obtuso y el ama de casa sumisa. La mirada tierna, pudiera ser la de un hombre entregado a su propósito, distraído de tanto en tanto con la mirada furtiva depositada en una bella mujer y la de una mujer coqueta, dichosa en su quehacer cotidiano, cuidando amorosamente de los suyos.
Sin embargo, al igual que la cultura y la existencia, siempre cambiantes  en función de las nuevas necesidades, conocimientos y hábitos de vida, también las maneras de ser mujer y hombre han evolucionado. Hace ya unas cuantas décadas que, inicialmente las mujeres y posteriormente los hombres, hemos ido incorporando cualidades de una y otra energía, acercando posturas en nuestro quehacer cotidiano, en el trabajo, en lo doméstico, en lo social y relacional. Unos y otros salimos a trabajar, cambiamos pañales, hacemos comidas, atendemos lo emocional y las relaciones personales…

De hecho, en la actualidad cada vez más, hombres y mujeres nos vamos pareciendo más en nuestros hábitos y maneras. Al equilibrar estas dos energías internas presentes en cada persona, hemos desarrollado más aspectos de nosotros mismos y hemos mejorado considerablemente nuestra capacidad de respuesta, en muchas circunstancias de nuestras vidas de hoy. Es como un baile, en donde si escuchamos bien la música, ésta nos guiará hacia el ritmo y los pasos más adecuados.

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