jueves, 29 de noviembre de 2012

LA MANERA MÁS TORTURADA DE AMAR.

A  veces pensamos que símbolo del gran amor que alguien siente por otra persona, es lo inmensamente celoso que se pone cuando la persona amada deposita su interés en algo o alguien diferente. Como si los celos y el amor fueran directamente proporcionales.
Si bien es cierto que los celos son una emoción y como tal, son naturales, humanos, comunes a todos nosotros en algún momento de la vida, no quiere decir que en determinado momento y en algunas personas, no constituyan un verdadero problema. De hecho, toda emoción exacerbada, agravada al extremo, es una manifestación patológica, cuando menos neurótica que requeriría de tratamiento para su adecuada resolución.
Cabe distinguir por eso, entre los celos “normales” y los celos patológicos que podríamos catalogar, aunque personalmente no me guste etiquetar, como un trastorno afectivo de celotipia, aquellos que suponen un estado emotivo ansioso, están más relacionados a la falta de confianza en uno mismo que a la falta de confianza en la pareja  y en donde hay más narcisismo (amor propio) que verdadero amor.
En una relación de pareja, los celos “normales” ocurren de manera pasajera en determinados momentos, cuando sentimos peligrar nuestra relación debido al interés que nuestro amado le brinda a otra persona o actividad. Pueden venir provocados, bien por un motivo real, en efecto nuestro amado está coqueteando y aproximándose excesivamente a otra persona y desatendiendo  nuestra relación. O por motivos irreales, fruto de inseguridades personales que nos hagan dudar de nuestra suficiencia en la relación. En el primer caso, la emoción de celos que nos surge puede, en efecto estar justificada y es, en último término positiva ya que nos pone en aviso de que algo en nuestra relación anda mal y nos instan a enfrentar y resolver lo que está pasando, poniendo para empezar, las cosas sobre la mesa. En el segundo caso y siempre y cuando la emoción de celos sea puntual, pasajera y no nos impulse a reaccionar fuera de control, no hay nada más qué hacer que pasarla, sin engancharnos en ella. Estos celos tienen un sentido evolutivo de protección, de marcaje del territorio. Incluso los niños sienten celos cuando ven amenazados su afecto, protagonismo o atención.
Otro gallo canta, cuando efectivamente los celos no están justificados y se convierten en algo obsesivo y recurrente generando  ansiedad y malestar, en algunos casos, agresividad, desconfianza, paranoia y acoso. Aquí  sí podemos hablar de un trastorno del que es difícil salir si no disponemos de la ayuda adecuada. Siendo además, una sintomatología que padecen muchas parejas, generando grandes conflictos y malestar, a veces situaciones de violencia y que muchas personas arrastran durante años sin poner remedio.
Hablamos de celos no justificados, cuando no tienen una base real y son fruto de la imaginería del que los padece. Pueden ser movilizados por: la identificación con la pareja, “tú me defines y das sentido a mi vida”; un sentido enfermizo de posesión “tú eres mío”,  la inseguridad del que ama, “y si encuentra a alguien mejor que yo” o la proyección de un deseo inconsciente, “si yo deseo, ¡tú también deseas!”.
El celoso, puede ser más o menos consciente de sus propios celos y del daño que le hacen a él y a su pareja. El que no es consciente de lo irracional de sus reacciones y las justifica con argumentaciones varias, tiene bastante mal pronóstico, cursando su comportamiento muchas veces en violencia. En este caso convendría que el celado y no el celoso, buscara la ayuda necesaria para cuidar de sí mismo y resolver el problema positivamente.
El que es consciente, aunque igualmente padezca la imposibilidad de controlar sus propios celos, normalmente busca ayuda y tiene mucha mejor solución ya que ha dado el primer paso para superarlos, el de poner conciencia. Estas personas, desde la razón entienden perfectamente lo inadecuado e hiriente de su conducta, pero son incapaces de dominarse cuando la emoción les embarga. Sufriendo por vía múltiple, los celos, la culpa posterior y la amargura de ver la relación deteriorarse. De hecho, cuanto más odioso se pone el celoso, con su  excesivo control, reproche y exigencia, más aleja al otro o más exhausto lo deja, provocando en ocasiones, lo que tanto teme, que el otro se harte y de verdad le deje, cumpliendo con la profecía auto-cumplidora.
Efectivamente así vividos, los celos son una traidora e insidiosa tortura y no una bonita forma de amar. Superarlos es echar al fuego nuestras ideas locas y cambiarlas por otras más sanadoras en donde la pareja no sea un trofeo que se gana por méritos, si no una libre elección mutua para vivir juntos,  con más plenitud  de la que sentíamos viviendo solos.

Publicado en el Última Hora, el 1 de diciembre del 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

MOSTRÁNDONOS TAL CUAL SOMOS

La relación humana, el contacto auténtico interpersonal, es nuestra razón de ser, es por lo que estamos aquí, por lo que vivimos. Más importante incluso que el alimento, estamos diseñados para sentirnos conectados, para sentir amor y aceptación, relacionándonos con los demás. De alguna manera, es lo que da propósito y significado a la vida. Y cuando no nos conectamos o la conexión es defectuosa, nos rompemos.
El verdadero contacto es esa energía que existe entre las personas cuando nos sentimos vistas, escuchadas y valoradas por el mero hecho de ser; cuando sentimos que podemos dar y recibir sin juicio; de tal manera que obtenemos de la relación sustento y fortaleza. Surge del amor, de la transparencia y de nuestra vulnerabilidad esencial.
Nuestra cultura, con su pretensión de permitirnos, a nosotros sus habitantes, una vida más cómoda, segura y predecible, como de anuncio de televisión, nos impone a todos aquellos que no nos damos cuenta, ocultarnos tras una máscara de igual perfección y certeza, nuestro ego. Desde la máscara vivimos pretendiendo ser perfectos y autosuficientes, estupendos. A más esfuerzo hacemos por ser perfectos, más vergüenza sentimos, de que otros vean nuestros errores y sin darnos cuenta, nos desconectamos. Ya que para que la conexión entre las personas pueda suceder, tenemos que dejarnos ver de verdad, mostrarnos auténticamente en nuestra humanidad.
La humanidad a la que hago referencia es todo eso que nos hace comunes a todos los humanos, a saber: nacemos conectados,  inacabados e imperfectos,  con todo un potencial de superación y aprendizaje, necesitados de amor y sentido de pertenencia, vivimos luces y sombras, somos  profundamente vulnerables a la vez que capaces y un día u otro, misterio de los cielos, morimos.
Todo esto que es tan común a todos nosotros, de aquí y de “acullá”, por el mero hecho de existir, para muchos es extremadamente  vergonzante, ya que directamente nos conecta con el miedo a no poder mantenernos en contacto con los demás. Con  el miedo a ser rechazados y excluidos, por nuestras imperfecciones.
Este miedo es universal, todos lo sentimos en algún momento. De él procede la vergüenza de mostrarnos tal cual somos. Del temor a que si los demás  pudieran ver o saber algo de lo que hay en mí, me fueran a rechazar. El temor es tal que de hecho, es algo de lo que normalmente no hablamos, evitamos. Y cuanto menos queremos hablar, más vergüenza sentimos. Sin embargo, si enfrentar el miedo a ser inadecuado o a no ser suficiente es una tarea dura, no es tan dura como el pasarnos la vida tratando de ocultarlo, avergonzándonos.
La vergüenza  pulsa de una manera diferente para cada uno: para unos se expresa con un “no soy lo suficientemente guapo” o,” estoy demasiado gordo”, para otros con un “tendría que tener un mejor trabajo”o, “no gano lo suficiente” para otros con un “no tengo buena memoria”o, “soy un desastre de madre, padre, hijo, etc” en fin,  cada cual con nuestro talón de Aquiles padecemos esta vergüenza, por momentos.
Como si esa percepción interna, esa desagradable sensación de vulnerabilidad,  nos impidiese ser dignos de seguir conectados a los demás. Sin darnos cuenta de que es esa misma vulnerabilidad la que nos impulsa a estar conectados mutuamente, la que nos motiva y desde donde también surgen la alegría, el amor, el sentimiento de pertenencia, la creatividad, la fe...
Y es que aún siendo imperfectos, que todos lo somos, seguimos necesitándonos los unos a los otros. Siendo imperfectos, seguimos siendo valiosos, dignos de ser aceptados y  amados. Siendo conscientes de esto, de esta vulnerabilidad universal que nos une, dejemos de lado la vergüenza y acojamos nuestra imperfección con amor que eso, nos hace fuertes. Y es tan sólo desde ahí que podremos aceptar y respetar la imperfección de los demás.
Si estamos dispuestos a dejar de lado la imagen ideal de nosotros mismos que hemos proyectado al mundo. Si tenemos el coraje de mostrarnos tal cual somos, de contar nuestras historias desde el corazón y con total transparencia, compartiendo nuestra sombra, ese lugar  donde habitan nuestra imperfección, nuestro miedo,  frustración,  envidia,  tristeza,  etc… y que es el centro de nuestra inevitable vulnerabilidad; sólo entonces seremos capaces de conectarnos realmente a los demás y a nosotros mismos; sólo entonces seremos capaces de construir significativas y auténticas relaciones con otra gente. No es nada más- ni nada menos- que una apertura del corazón y una relajación de los mecanismos de nuestro ego.
Atrevámonos a ser vistos, permitamos que los demás nos vean en profundidad, con nuestras glorias y miserias, con nuestra vulnerabilidad…Tan semejantes a las suyas, a las de todos. Amémonos de todo corazón, aún sin saber si seremos correspondidos, ya que ese sólo gesto moviliza nuestra fuerza interior.
Publicado en el Última Hora, el 17 de noviembre del 2012

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL PAÍS DONDE HABITAN LOS MONSTRUOS

“En ocasiones, cuando algo enfada a mi dulce hijo, pareciera que un monstruo se apodere de él, le hiciera escupir culebras por la boca y sacudir su cuerpo contra todo objeto o persona a su paso. Es una reacción difícil de comprender y manejar.”
La rabia es la emoción más malentendida de todas. La rabia tiene mala reputación: nos han enseñado a creer que es malo estar enfadado y a menudo intentamos evitar ese sentimiento, censurando o castigándolo.
Sin embargo, la rabia (el enfado, la ira) es un sentimiento legítimo, normal, natural. Cargado de fuerza. Todos sentimos, a veces, esta emoción. No es mala en sí misma.  Es la puesta en marcha de una energía, en momentos necesaria: cuando tengo que decir “no” y sostener la tensión que produce mi negativa; cuando he de preservar mi espacio o mi voluntad  frente la tentativa de otro; cuando busco algo que necesito y no quiero hundirme con las negativas.
Es lo que hacemos con esta emoción: si podemos aceptarla o no, cómo la expresamos, si  la dejamos salir o la reprimimos, lo que muchas veces, ocasiona todos los problemas.
Los niños, desde temprana edad, aprenden que la rabia es peligrosa, está mal vista, generalmente es rechazada. Sin embargo, reciben un mensaje contradictorio: de un  lado, vivéncian el arrebato de ira de los adultos (que también en momentos nos convertimos en monstruos) ya sea en una forma muy directa o en la forma indirecta de una gélida reprobación, pero usualmente no se acepta que los niños manifiesten su propia rabia. De modo que, muchas veces, aprenden maneras insanas e inapropiadas de expresar esta normal emoción humana, reprimen, desvían, la proyectan fuera.
Las emociones no son buenas ni malas. Todas nos traen una información y nos movilizan para la acción, tienen una función. Por otro lado, siempre encuentran una vía de expresión, por extraña que esta sea.
Los niños, en ocasiones, no tienen más remedio que expresar sus emociones de enfado de  maneras inapropiadas: maneras  perjudiciales para ellos, que los hacen meterse en problemas y que no hacen sentir satisfacción  a quien les rodea ni a sí mismos.
Algunos, se hacen a sí mismos lo que les gustaría hacer a otros e irrumpen con dolores de cabeza o estómago. Otros, desvían su rabia y dan puñetazos, muerden o dan patadas sin sentido en los momentos más inesperados. Y el cuerpo de otros niños expresa su rabia con pesadillas o imaginando que todo el mundo está enfadado con ellos. Utilizan estas conductas, para sobrevivir, contactarse con el medio ambiente, intentar satisfacer sus necesidades, de la manera que pueden.
La rabia parece tener los efectos más insidiosos en nuestra sociedad, quizás por que es la emoción menos tolerada. A los niños les cuesta, normalmente, expresar sanamente su enfado.
Es por eso oportuno, ayudar  a los niños a transitar la experiencia de esta emoción.  Creo que para ello, es importante ayudarles a Tomar conciencia de la rabia, “veo que estás  muy enfadado”, hablando sobre la emoción, compartiendo sus sutilezas y matices, mientras más experiencias tengan con diversas formas y descripciones de los sentimientos, los comunicarán mejor (la rabia, por ejemplo, puede ir desde una leve irritación y fastidio, hasta la ira extrema, furia y cólera).
Otro aspecto importante es el de Aceptar la rabia “está bien enfadarse”, es natural y es por algo que ocurre que pone (o yo imagino que pone) en peligro mi “integridad”, todos la sentimos, a veces. Es a su vez, normal, tener emociones encontradas sobre una misma persona o cosa (puedo sentirme enfurecida con mi mamá, odiarla por que me apagó la tele, y quererla con locura).
Seguidamente, podemos ofrecer a los niños, diferentes opciones para que puedan elegir como expresar su rabia. Ayudarles a elegir como quieren expresar su enfado, directamente o en privado, de alguna otra forma que no dañe a los demás ni así mismo, ya que la rabia, de todas, todas, va a salir. Así, si no puede expresarla directamente, existen muchas otras maneras seguras de librarse de esa energía rabiosa y es bueno darles a los niños esas opciones: puede expresar en palabras que le ha disgustado; puede escribir sobre su rabia; puede escribir una lista con todas las palabras rabiosas que se le ocurran. Puede dibujar, pintar o garabatear su enfado; puede romper un diario, hacer bolas de papel, golpear la cama con un almohadón, pegarse una carrera, aullar en la ducha o estrujar una toalla… De alguna manera, dejarla salir, permitir que se exprese que generalmente, tiene algo importante que decir. Con ella, el niño está tratando de satisfacer sus necesidades de amor, respeto, libertad, contacto físico, juego... La rabia cuida de él. Aunque esas necesidades, muchas veces nos incomoden a los adultos, dejemos salir los monstruos.
Publicado en el Última Hora, el 3 de Noviembre, 2012