Para quienes miramos hacia adentro, con voluntad de trascender nuestros propios errores y defectos, conscientes de nosotros mismos y de nuestra bondad interior.
sábado, 23 de noviembre de 2013
viernes, 28 de junio de 2013
BAILE DE ENERGÍAS
En el
interior de hombres y mujeres e independientemente de nuestro sexo, habitan dos
energías, de manara combinada: energía masculina y femenina, en distintas
proporciones, con diferentes fuerzas. Ellas hacen que nos expresemos con unas u
otras cualidades, más típicamente masculinas o femeninas, en las diferentes
áreas de nuestras vidas.
La energía
masculina es característicamente descrita como activa, creativa, intelectual, con
dirección y propósito, perseverante, agresiva, dura, se concentra y está
orientada a la acción. La energía femenina es pasiva, receptiva, emocional, prioriza
el amor y las relaciones, es tierna, cuidadora, atiende a varias cosas a la vez
y sabe empatizar. Ninguna es mejor ni peor, tan solo diferentes y si nos fijamos
bien, más útiles y necesarias, para según que cosas.
La
proporción en la que ambas energías cohabitan, tiñe el pulso de nuestro
comportamiento y no sólo hace que mayoritariamente, hombres y mujeres seamos
distintos .También que cada hombre y cada mujer seamos diferentes, ya que la
combinación energética masculino- femenina no está siempre ligada al género, ni
es la misma en todo momento. Es una para cada persona, incluso para cada etapa
en la vida de una persona o según sea el
escenario en donde estemos desplegando en cada
circunstancia nuestra personalidad. Los atributos masculinos y femeninos
que cada uno vamos desarrollando vienen condicionados, como todos los demás que
configuran nuestra personalidad, por la genética, la historia de vida, nuestras
imágenes inconscientes y la cultura en la que estamos inmersos. Pero están
siempre ahí, disponibles en el interior de cada uno, listos para ser
explorados, si nos atrevemos a soltar nuestro condicionamiento.
Generalmente
y más en épocas pasadas, los hombres han desarrollado mucho más su energía
masculina y las mujeres, mucho más, la energía femenina, contribuyendo a
mantener un estereotipo de lo que es la feminidad y la masculinidad. De hecho,
hasta hace bien poco, los roles de hombres y mujeres estaban fijados y bien
diferenciados: se suponía que los hombres tenían que salir a conseguir dinero
para proveer a su prole y las mujeres debían quedarse en casa para cuidar de
los hijos. Los hombres, a menudo dominaban a las mujeres a través de su fuerza
y su poder económico. Las mujeres, frecuentemente manipulaban a los hombres con sus caricias y
“tejemanejes” emocionales y sexuales. Las caricaturas extremas de estos roles
eran el macho obtuso y el ama de casa
sumisa. La mirada tierna, pudiera ser la de un hombre entregado a su propósito,
distraído de tanto en tanto con la mirada furtiva depositada en una bella mujer
y la de una mujer coqueta, dichosa en su quehacer cotidiano, cuidando amorosamente
de los suyos.
Sin embargo,
al igual que la cultura y la existencia, siempre cambiantes en función de las nuevas necesidades,
conocimientos y hábitos de vida, también las maneras de ser mujer y hombre han evolucionado.
Hace ya unas cuantas décadas que, inicialmente las mujeres y posteriormente los
hombres, hemos ido incorporando cualidades de una y otra energía, acercando
posturas en nuestro quehacer cotidiano, en el trabajo, en lo doméstico, en lo
social y relacional. Unos y otros salimos a trabajar, cambiamos pañales,
hacemos comidas, atendemos lo emocional y las relaciones personales…
De hecho, en
la actualidad cada vez más, hombres y mujeres nos vamos pareciendo más en
nuestros hábitos y maneras. Al equilibrar estas dos energías internas presentes en cada persona, hemos
desarrollado más aspectos de nosotros mismos y hemos mejorado considerablemente
nuestra capacidad de respuesta, en muchas circunstancias de nuestras vidas de
hoy. Es como un baile, en donde si escuchamos bien la música, ésta nos guiará
hacia el ritmo y los pasos más adecuados.
viernes, 14 de junio de 2013
AMARNOS A NOSOTROS MISMOS
Todos
nacemos con la capacidad de amar, pero no nos han enseñado a desarrollarla y
vivirla de un modo sano, más bien todo lo contrario. Nos han inculcado una
serie de creencias que nos llevan, muchas veces, al dolor, a la dependencia, a
la sobreprotección y a construir relaciones enfermizas. Buscamos amor y no lo
encontramos, nos cuesta experimentarlo de verdad. En la pareja, en la familia,
en la amistad, en la ciudad. Al mirar a nuestro alrededor, no vemos a muchas
personas que estén haciendo circular su energía amorosa en una forma gozosa y
sana. Eso también nos confunde. Estamos tan acostumbrados a vivir así.
Desde la
necesidad, la carencia y el apego el amor no es verdadero amor. Es otra cosa. Nos
hicieron creer que el amor proviene de afuera y que depende de nuestras
relaciones. Cuando el amor se encuentra en el interior de cada uno de nosotros,
aguardando a que lo descubramos. Lo hemos de re-descubrir, ya que nos olvidamos
de regarlo y se quedó pequeñito.
Dice el
terapeuta americano Bob Hoffman, que amor es “el flujo o desbordamiento de
bienestar emocional que vertemos, en primer lugar sobre nosotros mismos y,
seguidamente, sobre los que nos rodean.”
Es un arte
saber amar de verdad: amar no es algo concreto que se da o se recibe; es algo
que experimentamos, algo a lo que nos abrimos que en realidad ya está. Amar es algo
que si alimentamos, crece. Podemos claro, aprender a cultivar el amor hacia
nosotros mismos y hacia los demás. Es una función y como tal, según sea su
práctica, estará más o menos en forma, más o menos saludable.
Hay sucesos,
que ocurren en nuestras vidas, que dañan las raíces desde donde crece el amor
dentro de nosotros: la falta de respeto, el abandono, la vergüenza, la culpa,
la exigencia…Esas heridas hay que sanarlas: reconociéndolas, atendiéndolas,
cuidándolas. De hecho, el significado profundo de toda neurosis es el de no
sentirse digno de ser amado. No sentirse reconocido, atendido y cuidado con
todo lo que uno es. Sin embargo si esperamos que alguien venga a hacer ese
trabajo por nosotros, estamos listos. Ésta es una tarea individual, responsabilidad
de cada cual.
Amarnos a nosotros
mismos significa hacernos más conscientes, reconocer todos nuestros personajes,
atender nuestras heridas. Cuidar de nosotros mismos con coraje, ternura y respeto. Honrar nuestra
vida. Privados de ese amor, compensaremos esa falta, no sabremos darlo, mostrándonos
tan críticos, enfadones y exigentes con los demás como con nosotros mismos.
Conscientes
del amor que está dentro de nosotros, entonces sí podemos compartir amor. Y en
ese compartir hay libertad, respeto, alegría y un continuo crecimiento.
Es una
entrega que sólo puede ser de verdad cultivada entre dos personas cuando se
cultiva ya, en cada una de ellas. Sólo podemos amar a los demás tanto como nos
amamos a nosotros mismos.
Para nutrir
esta relación amorosa con nosotros mismos, hemos de practicar con nuestra mente
y ejercitar nuestra atención e intención. Hemos de priorizar momentos en donde
decidamos otorgarnos ese amor, en donde decidamos ser nosotros mismos en los niveles
más profundos y relajados de nuestro propio ser. Es necesario mantener una
continua relación con esa fuente de amor
y apertura que somos, cuando verdaderamente estamos en contacto con
nosotros mismos. Para ello podemos: leer libros que nos recuerden esa verdad y nos
inspiren; escoger relacionarnos con personas que sientan ese amor hacia sí y
reflejen el nuestro; dedicarle tiempo a hacer eso que de verdad nos gusta y hace
sentir bien; meditar, contemplar o rezar diariamente para empaparnos de ese
amor y apertura.
El amor a
uno mismo se convierte así en la salud personal, en relaciones personales
sanas, en un caudal de bienestar que vertimos al mundo. Empezando por nosotros
mismos los primeros. Amándonos a nosotros mismos.
sábado, 1 de junio de 2013
INTELIGENCIAS
Me gusta la diferencia y la variedad. Creo que es lo que de natural es la vida, diversa. Si bien somos iguales en nuestra humanidad: nacemos, crecemos, adoptamos unas maneras humanas y morimos; somos diferentes en la expresión y la experiencia individual de nuestras vidas. Nuestra inteligencia también es distinta y no necesariamente mejor ni peor, distinta nada más.
Ya se pasó el tiempo de cuando la comunidad científica, tendía a creer que éramos todos iguales y que nuestra inteligencia era parecida y que se podía medir con una cosa que llamábamos el IQ, el coeficiente intelectual.
Es interesante observar cómo cambia con los tiempos, nuestra percepción y nuestro conocimiento de las cosas. Cómo la cultura, el inconsciente colectivo, va incorporando ideas que se hacen populares, a través de descubrimientos científicos previos. En este caso en el campo de la psicología.
Hasta hace poco el conocimiento científico y así el saber popular, entendía y medía la inteligencia, apoyándose en parámetros sobre todo lingüísticos y lógico-matemáticos, de tal manera que una persona era inteligente si era buena en matemáticas y en lenguas. Se creía que la inteligencia venía determinada por la dotación genética de cada cual. Los que se salían de la medida “normal”, que se basaba en la puntuación que obtenían en test desarrollados para tal fin, eran considerados como “anormales”.
Cuando la gente utiliza la palabra inteligencia sin pensar, suele referirse a este tipo de inteligencia. Una inteligencia que no contempla las características reales, útiles para la vida. Hoy nos damos cuenta de que la brillantez académica no lo es todo. A la hora de desenvolverse en la vida no siempre basta, o no siempre es lo mejor o más necesario. Muchas veces, más en los tiempos que corren, si no sabes cómo comprender a los demás, si no te entiendes a ti mismo, si no sabes cómo abrirte camino en la calle, trabajar en equipo, desenvolverte en el ámbito deportivo o en el artístico, aunque tengas el mayor coeficiente intelectual jamás observado, quizás no estés siendo inteligente con tu vida.
Seguramente el Coeficiente Intelectual fue útil cuando se popularizó y todo un descubrimiento el encontrar la manera de medirlo, a través de tests de inteligencia. Fue un avance y un reflejo y de la era industrial.
Sin embargo, hace ya una treintena de años que el concepto de inteligencia ha ido incorporando nuevos conocimientos científicos, al filo de las nuevas teorías, ampliando así nuestra comprensión. La inteligencia es ahora entendida como una capacidad, no como algo innato y estanco, sino como una capacidad a desarrollar. Además, afirma la existencia de variadas inteligencias, distintas y semi-independientes: la inteligencia lógico-matemática, la lingüística-verbal y también y no menos importantes, la visual-espacial, la corporal-cinética, la musical, la interpersonal, la intrapersonal, la naturalista, la emocional, la espiritual…
La teoría que desarrolló Howard Gardner sobre las inteligencias múltiples es una de estas teorías. La teoría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman es otra aportación importante. Nos permiten entender la inteligencia como una capacidad que se despliega, para relacionar conocimientos que poseemos y así resolver una determinada situación y/o elaborar productos que sean valiosos para los demás. Ser inteligentes es saber elegir la mejor opción entre las que se nos brinda para resolver un problema o situación.
Frente a la complejidad de los tiempos presentes, mejor nutrir cada una de nuestras inteligencias: además de darle al intelecto, igualmente importante es menear el cuerpo, bailar, cantar, crear entornos bellos, relacionarnos con los demás, pasear en la naturaleza, reservar momentos de intimidad, silencio y relajación, conocer y aceptar nuestras emociones y así sacar provecho de todo lo que podemos llegar a ser.
Publicado en el última hora de Menorca, el 1 de Junio del 2013
Ya se pasó el tiempo de cuando la comunidad científica, tendía a creer que éramos todos iguales y que nuestra inteligencia era parecida y que se podía medir con una cosa que llamábamos el IQ, el coeficiente intelectual.
Es interesante observar cómo cambia con los tiempos, nuestra percepción y nuestro conocimiento de las cosas. Cómo la cultura, el inconsciente colectivo, va incorporando ideas que se hacen populares, a través de descubrimientos científicos previos. En este caso en el campo de la psicología.
Hasta hace poco el conocimiento científico y así el saber popular, entendía y medía la inteligencia, apoyándose en parámetros sobre todo lingüísticos y lógico-matemáticos, de tal manera que una persona era inteligente si era buena en matemáticas y en lenguas. Se creía que la inteligencia venía determinada por la dotación genética de cada cual. Los que se salían de la medida “normal”, que se basaba en la puntuación que obtenían en test desarrollados para tal fin, eran considerados como “anormales”.
Cuando la gente utiliza la palabra inteligencia sin pensar, suele referirse a este tipo de inteligencia. Una inteligencia que no contempla las características reales, útiles para la vida. Hoy nos damos cuenta de que la brillantez académica no lo es todo. A la hora de desenvolverse en la vida no siempre basta, o no siempre es lo mejor o más necesario. Muchas veces, más en los tiempos que corren, si no sabes cómo comprender a los demás, si no te entiendes a ti mismo, si no sabes cómo abrirte camino en la calle, trabajar en equipo, desenvolverte en el ámbito deportivo o en el artístico, aunque tengas el mayor coeficiente intelectual jamás observado, quizás no estés siendo inteligente con tu vida.
Seguramente el Coeficiente Intelectual fue útil cuando se popularizó y todo un descubrimiento el encontrar la manera de medirlo, a través de tests de inteligencia. Fue un avance y un reflejo y de la era industrial.
Sin embargo, hace ya una treintena de años que el concepto de inteligencia ha ido incorporando nuevos conocimientos científicos, al filo de las nuevas teorías, ampliando así nuestra comprensión. La inteligencia es ahora entendida como una capacidad, no como algo innato y estanco, sino como una capacidad a desarrollar. Además, afirma la existencia de variadas inteligencias, distintas y semi-independientes: la inteligencia lógico-matemática, la lingüística-verbal y también y no menos importantes, la visual-espacial, la corporal-cinética, la musical, la interpersonal, la intrapersonal, la naturalista, la emocional, la espiritual…
La teoría que desarrolló Howard Gardner sobre las inteligencias múltiples es una de estas teorías. La teoría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman es otra aportación importante. Nos permiten entender la inteligencia como una capacidad que se despliega, para relacionar conocimientos que poseemos y así resolver una determinada situación y/o elaborar productos que sean valiosos para los demás. Ser inteligentes es saber elegir la mejor opción entre las que se nos brinda para resolver un problema o situación.
Frente a la complejidad de los tiempos presentes, mejor nutrir cada una de nuestras inteligencias: además de darle al intelecto, igualmente importante es menear el cuerpo, bailar, cantar, crear entornos bellos, relacionarnos con los demás, pasear en la naturaleza, reservar momentos de intimidad, silencio y relajación, conocer y aceptar nuestras emociones y así sacar provecho de todo lo que podemos llegar a ser.
Publicado en el última hora de Menorca, el 1 de Junio del 2013
viernes, 17 de mayo de 2013
HACIENDO CAMINO, AL MEDITAR
Nuestra mente la podemos usar a favor o en contra nuestro. Si no la atendemos, ni cuidamos de ella se puede erguir como nuestra ama y señora y hacernos pasar malos momentos. Quizás nos repita incesantemente, mensajes de enfado, queja, deseo, preocupación. ¿De qué nos sirven todos estos mensajes, si en definitiva vamos a seguir adelante, viviendo y enfrentando la realidad, de todas todas? Una buena manera de cuidar nuestra mentes y poner orden en nuestro interior es practicando la meditación.
La meditación es una técnica milenaria para el ejercicio de la atención y la ampliación de la conciencia. Existen variados tipos de meditación que se practican hoy en el mundo, dentro o fuera de un contexto religioso. En sí misma, no tiene nada de naturaleza sectaria o doctrinal, puede por eso ser practicada y aplicada por cualquier persona, que profese una fe religiosa o no, con el objetivo de ejercitar su mente y eliminar las tensiones internas y las negatividades que, habitualmente surcan nuestras mentes.
Meditar es un ejercicio saludable para la mente, el cuerpo y el espíritu. Meditar es estar en silencio, calmado, concentrando la atención sobre un objeto externo como una imagen, un mantra o un dios; o interno como la respiración, el pensamiento, o la propia conciencia. Es aprender a darse cuenta de lo que acontece aquí y ahora, en nuestra mente, en nuestro cuerpo y a nuestro alrededor. Es aprender a estar presentes, despiertos, mentalmente abiertos, flexibles, con claridad y paz mental. Así, somos más útiles, eficaces, amables y felices.
Normalmente, aun haciéndonos buenos propósitos, caemos en acometer acciones dañinas para nosotros mismos o los demás. Nuestra mente y nuestra limitada conciencia, a menudo se apoderan de nosotros, a través de deseos, temores, justificaciones o ignorancia y hacemos lo que bien pensado, no querríamos haber hecho. Sin un buen conocimiento de nuestra mente, nos dejamos llevar por ella, sin tener las riendas.
Meditando podemos observar nuestra mente y no identificarnos con ella. Podemos observar nuestros pensamientos, tomando distancia de ellos y obtener una comprensión más cabal. En cuanto aprendemos a observar nuestra mente y decidimos dejar de forjar acciones mentales perjudiciales, resulta mucho más fácil abstenerse de malos gestos y reacciones emocionales negativas.
Una sencilla manera de meditar que además se puede practicar en cualquier lugar y en cualquier momento es así:
Siéntate cómodamente con tus pies bien plantados en el suelo, tu espalda recta y relajada, en una silla por ejemplo. No hace falta que te pongas en postura “yogui”, sobre todo si no estás acostumbrado. Apoya tus manos en los muslos y cierra los ojos. Lleva la atención a tu respiración, sin forzarla, observándola tal y como está momento a momento. Proponte anclar tu atención en la respiración, observando como entra y sale el aire de tu cuerpo. Observarás que, a pesar de tu propósito, te distraerás. Eso es totalmente normal. Sin embargo, si tan pronto como te das cuenta de tu distracción, traes tu atención de nuevo a tu respiración, ya estás meditando.
Como con toda práctica, a meditar se aprende meditando. Si tienes la oportunidad de dar con un buen maestro, con una buena práctica, mejor que mejor. Si tienes la oportunidad de brindarte ese espacio a ti mismo en tu cotidiano e incorporarlo como rutina diaria, mejor que mejor. Como con toda práctica, sus mejores frutos se dan en el tiempo, es verdad. Tan verdad como que al tiempo se llega, haciendo camino, al andar. Podemos andar nuestra meditación 5 minutitos, un minuto incluso, esporádicamente o diariamente, seguramente, poco a poco querremos saborearla más. Por eso es bueno tener presentes, en nuestra mente, las tres “P” que llama Enriqueta Olivari: paciencia, perseverancia y práctica y con ellas orientar nuestra meditación.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 23 de Mayo, 2013
La meditación es una técnica milenaria para el ejercicio de la atención y la ampliación de la conciencia. Existen variados tipos de meditación que se practican hoy en el mundo, dentro o fuera de un contexto religioso. En sí misma, no tiene nada de naturaleza sectaria o doctrinal, puede por eso ser practicada y aplicada por cualquier persona, que profese una fe religiosa o no, con el objetivo de ejercitar su mente y eliminar las tensiones internas y las negatividades que, habitualmente surcan nuestras mentes.
Meditar es un ejercicio saludable para la mente, el cuerpo y el espíritu. Meditar es estar en silencio, calmado, concentrando la atención sobre un objeto externo como una imagen, un mantra o un dios; o interno como la respiración, el pensamiento, o la propia conciencia. Es aprender a darse cuenta de lo que acontece aquí y ahora, en nuestra mente, en nuestro cuerpo y a nuestro alrededor. Es aprender a estar presentes, despiertos, mentalmente abiertos, flexibles, con claridad y paz mental. Así, somos más útiles, eficaces, amables y felices.
Normalmente, aun haciéndonos buenos propósitos, caemos en acometer acciones dañinas para nosotros mismos o los demás. Nuestra mente y nuestra limitada conciencia, a menudo se apoderan de nosotros, a través de deseos, temores, justificaciones o ignorancia y hacemos lo que bien pensado, no querríamos haber hecho. Sin un buen conocimiento de nuestra mente, nos dejamos llevar por ella, sin tener las riendas.
Meditando podemos observar nuestra mente y no identificarnos con ella. Podemos observar nuestros pensamientos, tomando distancia de ellos y obtener una comprensión más cabal. En cuanto aprendemos a observar nuestra mente y decidimos dejar de forjar acciones mentales perjudiciales, resulta mucho más fácil abstenerse de malos gestos y reacciones emocionales negativas.
Una sencilla manera de meditar que además se puede practicar en cualquier lugar y en cualquier momento es así:
Siéntate cómodamente con tus pies bien plantados en el suelo, tu espalda recta y relajada, en una silla por ejemplo. No hace falta que te pongas en postura “yogui”, sobre todo si no estás acostumbrado. Apoya tus manos en los muslos y cierra los ojos. Lleva la atención a tu respiración, sin forzarla, observándola tal y como está momento a momento. Proponte anclar tu atención en la respiración, observando como entra y sale el aire de tu cuerpo. Observarás que, a pesar de tu propósito, te distraerás. Eso es totalmente normal. Sin embargo, si tan pronto como te das cuenta de tu distracción, traes tu atención de nuevo a tu respiración, ya estás meditando.
Como con toda práctica, a meditar se aprende meditando. Si tienes la oportunidad de dar con un buen maestro, con una buena práctica, mejor que mejor. Si tienes la oportunidad de brindarte ese espacio a ti mismo en tu cotidiano e incorporarlo como rutina diaria, mejor que mejor. Como con toda práctica, sus mejores frutos se dan en el tiempo, es verdad. Tan verdad como que al tiempo se llega, haciendo camino, al andar. Podemos andar nuestra meditación 5 minutitos, un minuto incluso, esporádicamente o diariamente, seguramente, poco a poco querremos saborearla más. Por eso es bueno tener presentes, en nuestra mente, las tres “P” que llama Enriqueta Olivari: paciencia, perseverancia y práctica y con ellas orientar nuestra meditación.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 23 de Mayo, 2013
viernes, 3 de mayo de 2013
OPTIMISMO PARA UN MUNDO MEJOR
En estos tiempos de crisis y cambio, inmersos en este sistema que no refleja verdaderamente lo que somos, ni cuida de nosotros como merecemos, me ha inspirado gratamente, el pensamiento del autor de “Un viaje optimista por el futuro”, Mark Stevenson, sobre como los cambios tecnológicos, científicos y de conocimiento están transformando la sociedad en la que vivimos ahora. Y sobre como este cambio, de la era industrial a la era democrática, cuesta que se haga efectivo. Son muchas y muy rígidas las estructuras (el mercado laboral, la educación, la sanidad, la política, la justicia, etc.) que tienen que cambiar, para adaptarse a las nuevas necesidades humanas y servirse de los nuevos paradigmas del conocimiento, antes de que alcancemos una nueva realidad.
Los ciudadanos también hemos de adaptarnos a estos cambios, y convencernos de que el mundo podría ser un lugar mejor. Hemos de trabajar para ello de una manera optimista, conscientes de nuestra responsabilidad y poder (más grande que el de los políticos) para que de verdad, el cambio se dé hacia donde nos gustaría que fuera: hacia un mundo más amable que cuide del bienestar integral de todos sus ciudadanos. Para adaptarnos a estos cambios, hemos de cambiar ligeramente nuestra manera de vivir, educar y relacionarnos. La vida es una elección continua, constantemente tomamos decisiones y de ellas depende el resultado que después obtenemos.
Mark Stevenson se ha dedicado en los últimos años a viajar por todo el mundo, en busca de gente que destaca en el mundo de la ciencia y la innovación, gente que desarrolla cosas buenas y útiles para la sociedad, a pequeña y gran escala, gente que ha creído en que un mundo mejor es posible. Con la finalidad de dilucidar lo que tienen en común estas personas, lo que las une; cual era su manera de pensar o de actuar, para aprender de ellas, extrajo unas características comunes a todas, a las que él llamó “Los 8 principios del optimismo”:
1. Sé optimista, no te conformes con cualquier cosa para tu futuro. Sueña con el futuro tal como quieres que sea.
2. Las personas que hacen cosas que merecen la pena, están motivados por causas que son más grandes que ellas mismas, por un proyecto superior.
3. Comparte tus ideas, no las protejas. Cuando las ideas se comparten, crecen, se amplifican. Una idea aislada puede acabar estancada.
4. Toma las decisiones basándote en los principios de la evidencia científica, en los hechos objetivos. Un buen contra-ejemplo sería el de los políticos, que toman las decisiones basados en su ideología y no en lo que realmente funciona como hace un ingeniero cuando construye un puente.
5. No pasa nada si te equivocas, de hecho equivocarse es una manera de avanzar hacia el acierto. El error es no intentarlo.
6. Somos lo que hacemos y no lo que tenemos intención de hacer. Y la mejor manera de ser lo que somos es, llevándolo a la práctica.
7. Ponte en marcha, supera la resistencia al inicio. Empieza poco a poco hasta conseguir la dinámica de la acción.
8. Trata de pensar cualquier proyecto como un torneo en varias rondas. En cada ronda, vas a fallar un número de veces, mayor al principio y menos conforme tus ideas se vayan conociendo y comprendiendo. Trata de no confundir una ronda con el torneo entero.
Comparto absolutamente con él esta visión. Creo que tenemos que seguir soñando y creando utopías, ya que nos movilizan a seguir haciendo camino con ilusión. Aunque no alcancemos inmediatamente la meta, es seguro que nos aproximaremos más y más a ella. Desde luego, mucho más que si lo que creemos es que todo está fatal y no tiene solución, condenándonos así al fracaso, sin tan siquiera haberlo intentado.
Publicado en el Última Hora, el 4 de Mayo del 2013
viernes, 19 de abril de 2013
IMPERFECTOS Y SUFICIENTES
Hay personas a los que la vida parece sonreirles. Lucen una buena
disposición, hacen frente a las vicisitudes con resolución y se rodean de
gentes que les valoran. En el otro extremo, hay otras personas que parecieran
siempre estar incómodos, como que algo les falta, tienen dificultades y la
gente que les rodea son también fuente de queja y malestar.
La investigadora y trabajadora social americana Brené Brown
realizó un exhaustivo estudio con familias, para ver cual era el ingrediente
que hacía que a algunas personas, la vida pareciera sonreirles y tuvieran una fuerte sensación de valía
personal y las que luchan por
conseguirlas. La variable principal que encontró marcaba una importante
diferencia. Ésta fue que las personas a
las que la vida trata bien, tienen una
buena autoestima, es decir que sienten amor hacia sí mismos y aceptación por
parte de los demás. Y lo más llamativo, es que estas personas simplemente creen que son dignas de
experimentar este amor y esta aceptación, por que sí, siendo tal cual son. Así
de sencillo, creen que se lo merecen y
que son dignos de eso, sin más. Estaban dispuestas a dejar de lado lo que
pensaban debían ser, para ser quienes son: humanos imperfectos, dignos de
realizar sus vidas. Así, facilitaban su relación con los demás, sintiéndose
íntimamente unidos a través de la imperfección que nos es común. Ya que como
resultado de esta autenticidad, de este atreverse a mostrarse tal cual eran,
salía una fuerte conexión con los demás. Se sabían vulnerables e imperfectos. Y
en lugar de pensar que esto era algo insoportable y vergonzante, pensaban que era justamente lo que los hacía
ser hermosos y humanos. Era algo necesario por el mero hecho de vivir.
El estudio recogió otros ingredientes diferenciadores de uno
y otro tipo de personas:
Coraje fue otro de los ingredientes. Estas personas tenían
la valentía de mostrarse, de contar sus historias personales, de reconocer
abiertamente quienes eran, no desde la mente si no desde el corazón. Es decir,
todas estas personas, tenían coraje de ser imperfectos y mostrarse así, sin
trampas.
Eran a su vez, personas compasivas. En primer lugar consigo
mismas, siendo amables con sus imperfecciones, aceptándolas. Y luego con los
demás. Ya que si no puedes practicar la amabilidad y la compasión contigo mismo,
no puedes ser así con los demás.
Así, aceptando esta vulnerabilidad y esta imperfección, no vivían luchando contra ella o queriendo
eludirla, si no que se permitían sentirla. La conciencia de esta vulnerabilidad
resultó ser otro ingrediente.
Normalmente tratamos de adormecer las sensaciones
desagradables que nos supone la conciencia de nuestra imperfección, con mil y
un artilugios. Y son tantas las situaciones donde nos sentimos imperfectos y vulnerables,
con miedo a ser rechazados, con miedo a no ser suficientes, a que nadie nos
quiera: cuando tengo que ir a buscar trabajo, cuando he de decirles a mis hijos
que apaguen la televisión, cuando quiero entablar un poco de sexo con mi
marido, cuando tengo que pedir ayuda a un familiar por que estoy en el paro o
estoy enferma…Nos cuesta tanto sentir todas estas sensaciones desagradables y
reconocerlas. Que las adormecemos y
evadimos: saliendo a comprar, comiendo por encima de nuestras necesidades,
medicándonos, mirando la tele, drogándonos…
El problema es que no podemos adormecer selectivamente las
emociones que nos hacen sentir mal, si no que cuando nos adormecemos,
adormecemos también el resto de emociones, es decir, también la alegría, el cariño,
el disfrute. Y entonces nos sentimos miserables y buscamos desesperadamente el
sentido y propósito de nuestra vida, sintiéndonos de nuevo vulnerables e
imperfectos y así en un círculo vicioso.
Vivimos en un momento cultural en donde el mensaje que nos
llega de afuera es un mensaje catastrofista de escasez, de que todo anda mal.
Eso nos salpica y también nosotros nos sentimos insuficientemente buenos,
seguros, certeros, perfectos, insuficientemente extraordinarios como para ser
dignos de estar bien. Lo que tenemos que hacer es bien al contrario.
Asumir, aceptar, transitar nuestra vulnerabilidad e
imperfección sintiéndolas y mostrándonos así con ellas. Abrirnos así evita que
nos bloqueemos. Cuando nos guardamos demasiadas cosas en nuestro interior, quedamos llenos de nudos y es difícil crecer
plenamente y sentirnos fuertes en nuestro interior.
Darnos cuenta de que no hemos nacido odiándonos por lo que
somos; de que no hemos nacido para guardar secretos eternamente,
avergonzándonos de que los demás los sepan. Los demás están en lo mismo que
nosotros, no somos tan diferentes. Dándonos cuenta de que somos dignos de la
vida con todo lo que nos puede ofrecer, lo difícil y lo estupendo.
Publicado en el Última Hora, el 20 de Abril del 2013
viernes, 12 de abril de 2013
LA VÍA DEL AUTOCONOCIMIENTO
Ya decía Sócrates que un primer requisito para caminar una vida en
plenitud, es el de la máxima, “conócete
a ti mismo”. Conocernos a nosotros mismos, no sólo nos ayuda a estar bien, si
no que es la única manera de ser verdaderamente libres y de poder estar bien
con los demás. El desconocimiento y la inconsciencia, están muy unidas al mal:
la mayoría de las veces hacemos daño por que somos ignorantes, por que no
sabemos de la trascendencia de nuestras acciones.
El
autoconocimiento es ese conocerse a uno mismo. Conocer lo que mostramos al
mundo y lo que realmente somos. Es el asunto de tener claras las cosas
que siento, pienso y hago, las cosas que me gustan y las que no; cómo estoy en
el mundo – cual es mi posición con mis amigos, mis padres, mi comunidad;
también es tener claro que está pasándome, qué me hace hacer lo que hago; hacia
donde quiero ir, lo que quiero hacer con mi vida. Es conocer mis personajes, mi
ego, y darme cuenta que soy mucho más que todo eso.
El autoconocimiento convierte cualquier cosa, sea obstáculo o no, en
una herramienta para crecer. Normalmente abordamos nuestras dificultades desde
nuestro ego, esos personajes con los que solemos presentarnos al mundo y con
los que también interpretamos lo que podemos esperar de él. Sin embargo nuestro
ego es limitante, es de mente pequeña, una mente inocente que está muy teñida
por los problemas del mundo, por los problemas que tuvimos en nuestra infancia.
Nos tiene esclavos de falsas creencias e ideas limitadoras, con su rigidez
característica.
El ego nos lleva a vivir en un permanente estado de necesidad. Nunca
llegamos a satisfacerlo del todo, siempre quiere más. Desde el ego pretendemos
que la realidad se adapte siempre a nuestros deseos, necesidades y expectativas
egoístas, lo que nos lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el
malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de nosotros
mismos.
Practicando el autoconocimiento, podemos conocer nuestro ego e intuir
nuestro verdadero yo, nuestra verdadera esencia, que está conectada con la
sabiduría, la consciencia, el bienestar, la aceptación, el amor y la
creatividad. Cualquier persona que no esté en contacto, aunque sea un poquito,
con su esencia, está en vías de deshumanizarse, pues poco a poco va olvidando y
marginando sus verdaderos valores, lo que de verdad pulsa en su interior.
Desconectándose de sí misma, con la consiguiente repercusión en su forma negativa
de experimentar la vida.
Desarrollar nuestra conciencia, nos permite liberarnos de las falsas
creencias e ideas limitadoras acumuladas por el ego y que tanto condicionan
nuestra existencia. En realidad, todos tenemos nuestro propio brillo interior,
aunque a veces lo tengamos muy escondido a nuestra propia mirada. Hemos de dedicarle un tiempo a observar, a
contemplar desde el silencio interior para saber que esto es así. Todos tenemos
una tendencia innata a dar lo mejor de nosotros mismos, la capacidad de
comprendernos y de encontrar el equilibrio.
Si todo ello no es interrumpido por una sociedad inminentemente egoíca
como la nuestra, competitiva, avariciosa y enferma, que nos impulsa a
esclavizarnos y a sentirnos separados y en lucha con la vida. Hemos de hacernos
cargo de ese condicionamiento para guardar una prudente distancia de seguridad.
Por eso es positivo practicar el autoconocimiento. Para cuestionar
nuestro condicionamiento y recuperar el contacto con nuestra verdadera esencia.
Y desde ahí, sabernos creadores de nuestra vida, abriéndonos al misterio de lo
desconocido, aprendiendo a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para ver a los
demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos. Sin fragmentación, sin separación, sintiéndonos
uno, sabiéndonos todo.
Publicado en el Última Hora, el 6 de Abril del 2013
viernes, 22 de marzo de 2013
HONRAR AL CUERPO
En nuestra sociedad, en donde concedemos un gran valor al
conocimiento, la información, las productividad y el control, es muy fácil perder
el contacto con el cuerpo, dejar de estar plenamente presentes y olvidarnos de
la magia que hay en el vivir.
El cuerpo constituye nuestro yo físico y, por eso, no hemos de perder
de vista su realidad y también cual es nuestra actitud actual hacia este
importante aspecto de nuestro ser. Al fin y al cabo, es nuestro vehículo en la
tierra, es con el que hacemos, sentimos y pensamos. Es la casa de nuestro yo
espiritual, nuestro ser, alma, espíritu, conciencia, como cada cual le quiera
llamar.
Es importante y valioso, dedicarle al cuerpo algún tiempo, de vez en
cuando, y analizar su condición. Nuestro cuerpo es el canal a través del cual
percibimos tanto lo que ocurre en nuestro interior como en el exterior. Afecta
directamente a nuestros sentimientos, pensamientos y acciones.
Si le prestamos atención, nuestro cuerpo encierra mucha sabiduría.
Sabe de lo que necesita, de lo que le hace bien y lo que le hace mal. Muchas
veces, no queremos escucharlo, pero él sabe.
Una manera de prestar más atención al cuerpo, de escucharlo, es
proporcionándonos momentos de relajación, creándolos a propósito. Sin esperar a
que vengan solos, ya que si así fuera, ya nos encargaríamos de tensarnos,
pre-ocupándonos, seguramente.
La relajación representa un importante aspecto de la vida, nos ofrece
la oportunidad de estar presentes, sintiendo la vida, oliéndola, escuchándola,
contemplándola, degustándola. Nos conecta con nuestra experiencia, tal y como
se manifiesta, con lo que somos. Es una vía de conexión directa con el cuerpo y
con su movimiento autorregulado, que nos permite recuperar la energía vital y la alegría. No importa las
circunstancias que nos estén tocando vivir. Creando momentos de relajación e
incorporándolos a nuestra cotidianidad, facilitamos que el estado
físico-emocional que nos proporciona, se expanda a otros momentos de nuestras
vidas, poquito a poquito.
Un buen estado de relajación nos permite liberar tensiones acumuladas
en el cuerpo, dando paso a más fluidez. Nos permite desapegarnos de los acontecimientos
cotidianos, permitiéndonos tomar cierta distancia, al menos durante un ratito.
Nos conecta con nuestras sensaciones, aumentando nuestra conciencia del cuerpo.
Nos conduce a desconectar de la pre- ocupación constante, anclando nuestra atención
en el momento presente. Para practicarla, es necesario que nos dediquemos un tiempo
especial en el día, un espacio para cuidar de nosotr@s mism@s, en donde dejemos
las preocupaciones de lado y nos podamos concentrar en respirar, relajar el
cuerpo, disfrutar de las sensaciones que
la relajación nos evoca y descubrirnos siendo nosotros mismos en el momento
presente.
La respiración es muy importante para una buena relajación y un buen
estado físico y emocional. Dedícate un tiempo a observarla, conocerla y permite
que a ratos, se haga más amplia y profunda para oxigenarte y relajarte bien.
Integrar estados de relajación en nuestro día a día, además de estimular
nuestro descanso, y ayudarnos a
desarrollar una mayor resistencia a
factores estresantes externos, es una manera de honrar nuestro cuerpo, cuidando
y atendiendo sus necesidades. Y sobre todo, sobre todo, un puente que nos lleva
a conectar con el gozo de vivir.
Publicado en el Última Hora, el 23 de Marzo del 2013
domingo, 10 de marzo de 2013
OTRA MIRADA AL SISTEMA EDUCATIVO
Me encanta el humor y la claridad con la que Ken Robinson habla de educación, creatividad e innovación. Vale la pena escucharle y tener en cuenta sus reflexiones. Aquí os dejo ésta sobre el cambio del paradigma educativo.
LA EDUCACIÓN PROHIBIDA (I)
Estos días, la APIMA del
Instituto Mº Angels Cardona de Ciutadella, organiza un debate abierto, en torno
a las ideas y cuestiones que plantea la película “La Educación Prohibida”, película documental que se propone cuestionar las lógicas
de la escolarización moderna y la forma de entender la educación, planteando la
necesidad de un nuevo paradigma educativo. Verdaderamente el debate es un
instrumento muy útil para movilizar a las personas a cuestionar, manifestar e
intercambiar opiniones y así sucedió conmigo, que desde anoche le doy vueltas a
las siguientes reflexiones:
El por qué de
un nuevo paradigma, tiene que ver con una visión crítica y constructiva, no
sólo en torno a la educación, si no también en torno al tipo de sociedad que
hemos creado y en la que vivimos hoy día. No se trata de criticar y culpar el
pasado, si no de reconocer los logros a los que nos ha conducido y también, las
lagunas que no alcanzó a resolver o lo
que no nos sirve ahora.
Dado que la
educación y los años de escuela tienen un papel fundamental en el desarrollo de
las personas y en la construcción de nuestros sistemas sociales, a la hora de
plantearnos un cambio en nuestro hacer social, hemos de poner la atención en la
educación y también en la escuela, ya que es una de las mayores fuentes de
transmisión de la cultura.
Que el cambio
social es difícil, lo es o no lo es, según como cada cual lo interprete, en
cualquier caso, el cambio sucede siempre, lo queramos o no, es parte de la
vida, es la vida misma. Así que más vale ir imaginándonos hacia donde nos
gustaría cambiar como sociedad e ir sembrando semillitas, por pequeñas que
parezcan; si no, otros soñarán por nosotros, sembrando quizás lucha de poder,
violencia y guerra.
Las palabras,
educar, vivir, amor, felicidad, etc. no tienen significados únicos y estancos;
si no que están teñidos por la psicología de los tiempos y por los valores que
las personas impregnamos en tales palabras. Así que, es normal y bueno que nos
cuestionemos hoy, ahora, nuestro ideario sobre la educación. Preguntarnos nos ayuda a
saber donde estamos y donde queremos ir. Así que:
- ¿A qué nos
referimos hoy, cuando hablamos de educar? ¿Qué es educar para nosotros? ¿Educar
es dirigir, encaminar, doctrinar. O es
guiar y dar al que aprende los medios de abrirse al mundo para sacar lo mejor de
sí mismo y saberse creador de su propia vida?
-¿Qué pretendemos conseguir cuando nos proponemos educar? ¿Queremos
perpetuar nuestros mismos hábitos y maneras? Ya que educando, transmitimos nuestros
valores y también nuestras calamidades. O, ¿queremos revisar nuestros hábitos
y maneras y aprender, si es necesario a
hacerlo mejor? Ya que educando, estamos todos educando y nos estamos educando
siempre.
- ¿Cómo educamos? ¿Facilitamos que los niños se adapten a la sociedad, ¡que mira que va a ser dura! les decimos, con
sus exigencias, su competitividad, su insatisfacción encubierta? O, ¿facilitamos
que críticamente analicen lo que les gusta, lo que no les gusta y trabajen día
a día para la mejora de nuestra sociedad, con la confianza en el potencial
humano de transformación y cambio?
Esta claro
que estas preguntas no tienen una única respuesta, que preguntarse activa la
imaginación y la creatividad y que debatir es como un catalizador para los que
reflexionamos sobre la escuela y el educar.
Como veis, en
mí se abrió un gran debate. Ojalá pase lo mismo con vosotros al compartir mis
pensamientos. Agradezco a la Educación Prohibida, a las múltiples experiencias
escolares que se atreven a crear propuestas diferentes, a iniciativas cómo el
debate de la APIMA del Mº Angels Cardona por su atrevimiento ya que sus gestos
nos movilizan a mirar más amplio, a echar a volar nuestra imaginación y a creer
que otro mundo es posible, haciendo camino, pasito a pasito.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 9 de febrero del 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
LA METÁFORA DE LA ENERGÍA
Detrás de toda dificultad que experimentamos, de
todo problema que nos pueda surgir, muchas veces tenemos unas ideas limitantes
que nos hacen situarnos en una posición sin poder, haciéndonos pensar que no
servimos para nada, que no tenemos nada que hacer, que el problema es más
grande que nosotros mismos, sintiéndonos víctimas de la situación. Desde ahí, desde el victimismo es
difícil sentirnos dignos de resolver nuestro problema, nos quedamos en el “no
puedo”, en la culpabilización y en la queja.
Un
problema recurrente hoy, para muchas personas es la falta de dinero y trabajo.
En ocasiones la situación nos puede llevar a sentirnos indefensos y
desesperanzados. En otras ocasiones, confusos, desanimados, irritados, como si no hubiera nada que pudiéramos hacer.
Rindiéndonos a la adversidad o negándonos a ella. Es verdad que vivimos en un
momento crítico, de cambio fuerte en donde de repente, el dinero se mueve por
diferentes canales a los acostumbrados. Sin
embargo, muchas veces nuestras creencias fijas y limitantes en torno al dinero,
el trabajo y la riqueza, aquellas que condicionan nuestras maneras de estar y
actuar, nos impiden creer que otra realidad es posible, que otra manera de
hacer las cosas , no sólo es posible si no, necesaria.
Otra
manera de abordar nuestra falta de trabajo o dinero, es como un problema a
resolver o una dificultad a superar. Al fin y al cabo, el
trabajo es algo que puedo aportar yo a mi comunidad y a mis congéneres,
resolviendo el problema de otra persona o ayudándola a superar alguna
dificultad. Otros aportaran por mí, haciendo sus trabajos. El dinero es un medio
de intercambio de los problemas resueltos, no el único. Intercambiamos también
afecto, atención, agradecimiento y cuidados. La riqueza es la sensación de
bienestar que obtengo cuando llego a la solución del problema. Todo ello es
parte de la energía que intercambiamos con el universo.
Nos guste o
no, los problemas son naturales, forman también parte del proceso de vivir.
Tenemos un problema cuando deseamos ser o tener alguna cosa o, estar de alguna
manera que ahora no es. Queremos tener más trabajo para ser más ricos y
sentirnos con más bienestar, por ejemplo. Cuando tenemos una necesidad
insatisfecha, hay algo natural que nos moviliza a la acción. Es por eso que los problemas no han de ser un
impedimento, simplemente exigen un movimiento, un crecimiento de las personas. Son
en realidad, una oportunidad para revisar nuestros hábitos, nuestras creencias
limitadoras, actitudes negativas y pensamientos que ya no nos sirven y así,
crecer. A pesar de la dificultad, podemos siempre encontrarnos con nuestros
talentos y habilidades y transformarnos en algo mejor, en alguien que ayude un
poquito más a la gente a resolver sus problemas. Siempre hay cosas que podemos
hacer para hacerle la vida más fácil y amable a alguien.
Así que para trabajar, hoy más que nunca, más que
ofuscarnos en sólo buscar dinero, clientes, oportunidades e ideas milagrosas, tenemos
que preguntarnos qué problema podemos solucionar, qué cosas hay por hacer.
Encontrar necesidades, en dónde la gente
se encuentra con dificultades y problemas a resolver y aportar lo que sabemos
hacer. Seguir siendo útiles a nosotros mismos y a los demás. Seguir
intercambiando energía.
No tenemos que quedarnos sólo, con la frustración
por el dinero o trabajo que no tenemos. Aunque no los tengamos y los estemos
necesitando, no nos podemos dejar paralizar por esa situación. Hemos de seguir
pensando en eso que nos gusta y que queremos hacer para los demás: cocinar,
cuidar, plantar, sanar, cantar, tratar con gente, pintar, lo que sea. Y encontrar
la manera de disfrutar haciéndolo, haciéndolo bien. No hemos de desesperar porque
la solución no sea inmediata y sí deleitarnos con las señales de que algo bueno
estamos aportando. Seguir perseverando y mantener una actitud de ilusión y
cuidado para conseguir nuestra meta. La diferencia entre un sueño y una meta
satisfecha, es un proyecto. Así que hay que soñar y proyectar. En el recorrido, pasaremos por altibajos, momentos
de fluidez y otros, de dificultad. Sin perder el prisma de que el valor está en
nosotros, capaces siempre de construir futuro, intercambiando con los demás,
haciendo fluir la energía.
Publicado en el Última Hora de Menorca el 22 de febrero del 2013
sábado, 9 de febrero de 2013
AÑOS DE INFANCIA, CARÁCTER Y SONRISA
Nuestra personalidad, esa instancia desde la que nos presentamos al mundo y bajo la cual interpretamos lo que el mundo nos va a ofrecer, es una combinación de nuestro temperamento y nuestro carácter. Se va modulando con la vida, habiendo configurado sus bases en los años de la infancia. No es todo lo que somos, no es todo nuestro ser, es nuestro vehículo en el mundo terrenal, la máscara con la que nos mostramos y el filtro con el que entendemos la vida.
Al nacer, es cierto que venimos ya con una impronta, una tendencia energética, una manera de ser a la que llamamos temperamento y que tiene un origen fisiológico e innato. Sin embargo, hoy sabemos que su estructuración depende tanto de la herencia genética como de la vivencia uterina del bebé durante toda su gestación. El estado de la madre durante el embarazo, si ha estado muy agitada o tranquila, lo que le pasó, todo ello troquela la urdimbre del nuevo ser. Es la primera huella con la que nacemos, como los cimientos de un edificio en construcción, casi imposibles de modificar, podemos si acaso más adelante, regularlo un poco con nuestro carácter que sí es más flexible. Por eso es tan importante la atención y el cuidado en esos primeros momentos de vida intrauterina, donde la semilla inicia su desarrollo.
Una vez la personita llega al mundo, la vida va volcando en ella un entramado de estímulos e información que va configurando su carácter, la manera característica con la que se comporta para conseguir satisfacer sus necesidades. Sus bases se elaboran en los primeros años de infancia, en donde se configura su estructura y va incorporando matices a medida que el niño crece y la persona madura. Si seguimos con la analogía del edificio en construcción, en los primeros años es cuando se levantan los muros, suelos, aislamientos, canalizaciones, etc. Sobre la estructura base seguimos, con la vida, añadiendo puertas, ventanas, baldosas, quizás más adelante reformemos nuestro edificio moviendo paredes, pero es claro que dependerán mucho de la estructura base, la solidez y calidad de nuestro edificio en construcción. Por eso le damos tanta importancia a los primeros años de vida, a lo que el niño recibe del entorno, haciéndonos eco de que el niño está desarrollando su forma de ser, su proceso de vivir, de enfrentar sus circunstancias y sobrevivir, que lo acompañarán a medida que crece, aunque vaya incorporando, desechando o transformando aspectos de sí mismo que modelarán su carácter, haciéndole tender hacia la salud o la enfermedad, hacia la cordura o la locura.
Al nacer y en cada momento de la vida, de manera innata, organísmica, nos relacionamos con el entorno para desarrollar nuestras potencialidades y conseguir satisfacer nuestras necesidades de supervivencia, bienestar, identidad y libertad. Somos seres autorregulados. En cada una de las distintas fases madurativas, se activan en nosotros unas potencialidades que siguen un ritmo natural, marcado por el desarrollo físico y que se actualizan si el entorno nos lo permite. Según como sean transitadas estas etapas, iremos incorporando unas u otras características que definirán nuestro carácter. Cuando niños nos es necesario construir fuerte nuestro carácter ya que es la mejor manera que tenemos de satisfacer nuestras necesidades. Con la edad es bueno hacerlo flexible ya que las circunstancias y las necesidades cambian, ir más allá de él, conocerlo y cuestionarlo.
Así, nuestra personalidad, los trazos, maneras, y patrones de comportamiento, pensamiento y emoción que nos caracterizan a cada cual, está íntimamente marcada por nuestra historia de vida y se mantiene en continuo desarrollo hasta la muerte.
Por eso es valioso que un niño encuentre un entorno estable al nacer, unos padres que lo esperan con expectación y le sonríen al verlo crecer, con una comunidad que los acompaña y apoya, por que todo ello marcará su carácter, la personalidad con la que vivirá su vida y proyectará en el mundo. Por eso es valioso que el niño perciba la vida de manera serena y relajada, permitiéndole explorar sus recursos con confianza y tranquilidad, ofreciéndole afecto y sentido de pertenencia para así poder encontrar su propio brillo y sentirse creador de su vida, responsable y libre al mismo tiempo.
Ya que estos primeros pasos en la construcción del carácter dependen íntimamente de la calidad de la mirada que recibe el niño al crecer, de cómo se relacionan con él las primeras figuras de referencia y éstas con el entorno, es por todo ello muy importante una actuación consciente en nuestro hacer adulto a la hora de criar, educar y relacionarnos con nuestros niños. Hacernos conocedores de nuestro propio carácter nos ayudará en esta tarea, ya que es a través de él que nos relacionamos con ellos. Si estamos siendo poco afectivos, gruñones o ansiosos, que son nuestras marcas, lo estamos poniendo en nuestro trato con los niños. Si estamos siendo cariñosos, comprensivos y confiados, igualmente lo estamos poniendo en nuestra relación con ellos, marcando también su carácter. ¡Qué mejor que una huella amable, una buena inspiración, en la construcción del carácter de un niño! Tan fácil como comenzar simplemente sonriéndoles un poquito más.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 8 de febrero del 2013
lunes, 28 de enero de 2013
ARMONIZANDO DIFERENCIAS
Que en la vida tenemos conflictos, de eso no cabe duda. Entramos en conflicto en múltiples y diversas ocasiones: con nuestros hijos, nuestras parejas, con nuestro jefe, nuestros compañeros de trabajo, hasta con nosotros mismos. Sobre todo cuando nos empeñamos en tener razón y sobre ella argumentamos para conseguir nuestros objetivos, eludiendo las emociones que discurren de uno y otro lado.
Un conflicto siempre está definido por una contradicción, una diferencia. Tiene que ver mucho más con emociones que con razones. Surge de la incompatibilidad de objetivos entre dos o más personas, grupos, países, o entre dos o más partes de un mismo individuo: una parte quiere algo que no puede conseguir, por que algo que tiene que ver con la otra parte, se lo está impidiendo. Los puntos de vista son diferentes (lo cual no ha de ser problema, de hecho son una gran fuente de creatividad), sin embargo, una parte se quiere imponer a la otra, sea como sea.
Para transformar nuestro conflicto y encontrar una vía de resolución pacífica, hemos de querer armonizar nuestras diferencias, encontrando una solución que satisfaga a las dos partes, desde el entendimiento, buscando el acercamiento, no buscando tener la razón por encima de todo, ni salir victoriosos. Hemos de poder salir de ver la solución desde una óptica de ganar o perder (o gana uno y el otro pierde, o al revés), para adoptar una óptica más amplia, desde donde podamos ganar los dos, puesto que si no ganamos ambos, quedaremos enfrentados y enganchados al conflicto.
Si de verdad queremos resolver un conflicto, tenemos que trabajar juntos, con la otra parte, hacia una nueva realidad. Escuchándonos y atendiendo las necesidades de ambos. Hablando de sentimientos. La solución está más allá, en el lugar al que ambos queremos llegar. Hemos de echar mano de nuestra empatía y creatividad.
¿Cuál es ese lugar al que queremos llegar? Sobre todo, a un lugar de paz, en donde ya no tengamos conflicto. El conflicto es desagradable queramos o no, para todo lo que lo rodea, las partes implicadas, por supuesto. La paz, la armonía, el entendimiento, son valores mucho mayores que cualquiera de nuestros objetivos, sobre todo si, para conseguir estos últimos, hemos de quedar enfrentados.
Lo que nos proporciona la paz y la armonía en realidad, es la satisfacción de nuestras necesidades. Y cuando digo necesidades es tal cual: necesidades, no objetivos, no caprichos, no intereses, si no necesidades humanas. Me refiero a las condiciones, cambiantes en cada época y cultura, que configuran nuestras necesidades básicas, que son universales y que tantas veces son ignoradas. Repito, ignoradas. Me refiero entonces, a la necesidad de:
- Sobrevivencia: todos queremos vivir nuestra vida con la expectativa de vida que corresponde a nuestra cultura y de la manera más saludable.
- Bienestar material: necesitamos una casa, alimento, educación, medios para desenvolvernos en nuestro medio social…
- Identidad: un sentido de la vida. Sin ese sentido de la vida no tenemos identidad.
- Libertad: de elección. No queremos que nos manden todo el tiempo.
Si nuestras necesidades no están siendo satisfechas, el movimiento natural es hacia la satisfacción de esas necesidades, sea como sea, luchando, interponiéndonos, o resignándonos amargamente, con rencor. Sin encontrar solución, la contradicción permanece ahí, no consigo lo que necesito. Me frustro, me enfado, pierdo la esperanza, creo que el otro es cuando menos, estúpido por que se interpone en mi camino. Eso lleva, más pronto o más tarde, a una conducta violenta, tanto si es física, como psicológica o social. La violencia no resuelve la contradicción, genera siempre, más violencia. Quizás consigamos lo que queremos a través de ella, sobre todo si somos más fuertes (física, intelectual o socialmente), pero la contradicción no se resuelve. Así que, en cuanto el otro coja fuerza…volverá al ataque.
Démosle pues, la vuelta al círculo vicioso. Pongamos una mirada más amplia a nuestras diferencias, cambiemos el “chip” y en lugar de tratar de salirnos con la nuestra, sea como sea, atendamos honestamente a nuestras necesidades y las del otro, observándolas, dejando que se expresen y visualizando otro lugar posible donde las dos partes nos sintamos lo más satisfechas posible, donde las dos sintamos que hemos ganado.
Publicado en el Última Hora Menorca, el 26 de Enero del 2013.
lunes, 21 de enero de 2013
SABIDURÍA ETERNA
Buceando en la red, he encontrado este bonito video con el que comparto filosofía y me sirve de inspiración. Ojalá os guste
jueves, 10 de enero de 2013
EDUCAR CON EMOCIÓN
A la hora de educar, nuestro foco de atención debería de ir mucho más allá que a la adquisición de unos conocimientos encaminados a la obtención de un puesto de trabajo. Si queremos educar para la paz en un mundo globalizado, hemos de apostar por una educación más integral, que ayude a los niños a aprender a desenvolverse en situaciones diversas, a responsabilizarse, a conocerse a sí mismos, a saber relacionarse, a superar obstáculos, a cooperar, a encaminarse hacia lo que necesiten conseguir con dignidad y a cuidar del planeta que les acoge y sustenta.
Para todo ello, igual o más importante que el desarrollo de la inteligencia intelectual, es el desarrollo de la inteligencia emocional, aquella que nos permite gestionar nuestras emociones facilitándonos unas mejores relaciones sociales y una mejor relación con nosotros mismos, mientras caminamos hacia nuestros objetivos teniendo en cuenta a los demás y al entorno.
Un buen manejo, una buena gestión emocional, no significa control emocional. Las emociones no se pueden controlar. Las sentimos aunque no queramos, son organísmicas, surgen por algo, nos aportan una información y buscan expresarse. Si no, su energía queda contenida y buscará salida por otro lado, a través de un dolor de cabeza, un sarpullido en la piel, o algo más serio. Tener un buen desarrollo emocional significa más bien: reconocer lo que siento, darle una palabra; comprender por qué siento lo que siento, es decir de qué me informa esta emoción; qué me impulsa a hacer y de qué manera lo hago para que sea enriquecedor. Así la emoción se expresa, no se reprime, no se controla. Significa también, tener la capacidad de compartir mis emociones cuando es necesario y tener la capacidad de empatizar con las de los demás.
La inteligencia emocional se entrena desde la práctica, idealmente desde la convivencia auténtica y trasparente con personas emocionalmente inteligentes. Sin embargo en este asunto, vamos la mayoría un poco cojos, víctimas de unas historias de vida emocionalmente precarias. La España de nuestros padres y de nuestros abuelos es una España dura, de guerra y postguerra donde la prioridad de las familias era la subsistencia física y más tarde el bienestar material. Ni nuestros padres, mucho menos nuestros abuelos, recibieron un trato sensible a sus emociones y por ello tampoco a nosotros nos lo supieron dar. Es decir, nosotros adultos nos hemos hecho tal como somos, condicionados (que no determinados) por la manera en la que nuestros padres o cuidadores nos han visto y tratado. Siendo un poco conscientes del impacto de las acciones y las palabras con las que nuestros padres se relacionaban con nosotros, nos daremos cuenta de la importancia de relacionarnos de una manera más saludable con nuestros hijos para no dañar su maleable constitución, ese “ser como esponjas” que son.
Así que para educar emocionalmente a nuestros hijos, hemos ante todo que hacer un ejercicio de conciencia, para ser capaces de observar de qué maneras les tratamos. Como, sin darnos cuenta reproducimos muchas de las maneras en las que nuestros padres nos trataron a nosotros, aunque no queramos hacerlo.
Los niños nacen con un gran potencial para el desarrollo, una gran fuerza vital para crecer, aprender y relacionarse. Poseen, como todo ser vivo, una asombrosa capacidad para autorregularse, es decir para encontrar siempre una satisfacción a sus necesidades, aunque la la vía para satisfacerse sea insatisfactoria. Un ejemplo de esto sería el niño que para satisfacer su necesidad de atención y afecto se comporta mal o agita demasiado, si es que por otra vía más saludable (siendo tranquilamente quien es) no lo consigue. Desde la infancia, en primer lugar nuestra familia y luego nuestra cultura, son los espejos en donde vemos si somos aceptables o no.
Para crear una convivencia rica emocionalmente en nuestros hogares y en nuestras escuelas, cabe ante todo alimentar una actitud de respeto ante el niño. Respeto a su individualidad y a sus necesidades. Si queremos que los niños aprendan a reconocer y expresar lo que les pasa, hemos de nosotros también ser capaces de compartir con ellos también lo que nos pasa. Teniendo en cuenta su edad, es claro, a la hora de dar explicaciones, pero con transparencia y sinceridad. Hemos también, de favorecer la escucha, dejar espacio para que nos hablen y compartan lo que sienten. No avasallarles a preguntas que les bloqueen, teniendo en cuenta su ritmo.
Se aprende desde la imitación y la práctica, no desde lecciones teóricas. Somos sus principales modelos, no nos queda otra que practicar aquello que luego queremos ver en ellos. Así nuestros hijos se convierten en nuestros maestros y nosotros podemos evitar tanto sermón y consejo, dedicándole más tiempo a observar desde el silencio.
Evitar etiquetar ya que así establecemos un juicio, muchas veces negativo y facilitamos que el niño se identifique con esa etiqueta que aunque sea positiva es imposible que sea siempre verdadera y llevara siempre al niño a confusión. Mucho más adecuado es describir lo que observamos, “veo que estás muy disgustado” en lugar de “eres un enfadón” o “me gusta el dibujo que has hecho” en lugar de “eres un gran artista”. Acompañar al niño con lo que está sintiendo, sin juicio sin intentar buscar una salida satisfactoria por él, permitiéndole que sea él mismo que la encuentre. Esto nos cuesta mucho hoy día, nos falta paciencia y confianza, así que las tendremos que invocar par que inspiren nuestra práctica. Lo cual no quiere decir tampoco que no podamos compartir con ellos nuestros puntos de vista y valores, pero es importante observar nuestra intención, con qué tono de voz y en qué momento les decimos las cosas, si se las estamos imponiendo o estamos respetando su sentir.
Publicado en el Ultima Hora el 12 de Enero del 2013
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