sábado, 9 de febrero de 2013

AÑOS DE INFANCIA, CARÁCTER Y SONRISA

Nuestra personalidad, esa instancia desde la que nos presentamos al mundo y bajo la cual interpretamos lo que el mundo nos va a ofrecer, es una combinación de nuestro temperamento y nuestro carácter. Se va modulando con la vida, habiendo configurado sus bases  en los años de la infancia. No es todo lo que somos, no es todo nuestro ser, es nuestro vehículo en el mundo terrenal, la máscara con la que nos mostramos y el filtro con el que entendemos la vida.
Al nacer, es cierto que venimos ya con una impronta, una tendencia energética, una manera de ser a la que llamamos temperamento y que tiene un origen fisiológico e innato. Sin embargo, hoy sabemos que su estructuración depende tanto de la herencia genética como de la vivencia uterina del bebé durante toda su gestación. El estado de la madre durante el embarazo, si ha estado muy agitada o tranquila, lo que le pasó, todo ello troquela la urdimbre del nuevo ser. Es la primera huella con la que nacemos, como los cimientos de un edificio en construcción, casi imposibles de modificar, podemos si acaso más adelante, regularlo un poco con nuestro carácter que sí es más flexible. Por eso es tan importante la atención y el cuidado en esos primeros momentos de vida intrauterina, donde la semilla inicia su desarrollo.
Una vez la personita llega al mundo, la vida va volcando en ella un entramado de estímulos e información que va configurando su carácter,  la manera característica  con la que se comporta para conseguir  satisfacer sus necesidades. Sus bases se elaboran en los primeros años de infancia, en donde se configura su estructura y va incorporando matices a medida que el niño crece y la persona madura. Si seguimos con la analogía del edificio en construcción, en los primeros años es cuando se levantan los muros, suelos, aislamientos, canalizaciones, etc. Sobre la estructura base seguimos, con la vida, añadiendo puertas, ventanas, baldosas, quizás más adelante  reformemos nuestro edificio moviendo paredes, pero es claro que dependerán mucho de la estructura base, la solidez y calidad de nuestro edificio en construcción. Por eso le damos tanta importancia a los primeros años de vida, a lo que el niño recibe del entorno, haciéndonos eco de que el niño está desarrollando su forma de ser, su proceso de vivir, de enfrentar sus circunstancias y sobrevivir, que lo acompañarán a medida que crece, aunque vaya incorporando, desechando o transformando aspectos de sí mismo que  modelarán su carácter, haciéndole tender hacia la salud o la enfermedad, hacia la cordura o la locura. 
 Al nacer y en cada momento de la vida, de manera innata, organísmica, nos relacionamos con el entorno para desarrollar nuestras potencialidades y conseguir satisfacer nuestras necesidades de supervivencia, bienestar, identidad y libertad. Somos seres autorregulados. En cada una de las distintas fases madurativas, se activan en nosotros unas potencialidades que siguen un ritmo natural, marcado por el desarrollo físico y que se actualizan si el entorno nos lo permite. Según como sean transitadas estas etapas, iremos incorporando unas u otras características que definirán nuestro carácter. Cuando niños nos es necesario construir fuerte nuestro carácter ya que es la mejor manera que tenemos de satisfacer nuestras necesidades. Con la edad es bueno hacerlo flexible ya que las circunstancias y las necesidades cambian, ir más allá de él, conocerlo y cuestionarlo.
Así, nuestra personalidad, los trazos, maneras, y patrones de comportamiento, pensamiento y emoción que nos caracterizan a cada cual, está íntimamente marcada por nuestra historia de vida y se mantiene en continuo desarrollo hasta la muerte.
Por eso es valioso que un niño encuentre un entorno estable al nacer,  unos padres que lo esperan con expectación  y le sonríen al verlo crecer, con una comunidad que los acompaña y apoya, por que todo ello marcará su carácter, la personalidad con la que vivirá su vida y proyectará en el mundo. Por eso es valioso que el niño perciba la vida  de manera serena y relajada, permitiéndole explorar sus recursos con confianza y tranquilidad, ofreciéndole afecto y sentido de pertenencia para así poder encontrar su propio brillo y sentirse creador de su vida, responsable y libre al mismo tiempo.
Ya que estos primeros pasos en la construcción del carácter dependen íntimamente de la calidad de la mirada que recibe el niño al crecer, de cómo se relacionan con él las primeras figuras de referencia y éstas con el entorno, es por todo ello muy importante una actuación consciente en nuestro hacer adulto  a la hora de criar, educar y relacionarnos con nuestros niños. Hacernos conocedores de nuestro propio carácter nos ayudará en esta tarea, ya que es a través de él que nos relacionamos con ellos. Si estamos siendo poco afectivos, gruñones o ansiosos, que son nuestras marcas, lo estamos poniendo en nuestro trato con los niños. Si estamos siendo cariñosos, comprensivos y confiados, igualmente lo estamos poniendo en nuestra relación con ellos, marcando también su carácter. ¡Qué mejor que una huella amable, una buena inspiración, en la construcción del carácter de un niño! Tan fácil como comenzar simplemente  sonriéndoles un poquito más.
Publicado en el Última Hora de Menorca, el 8 de febrero del 2013

1 comentario:

  1. Dr. Lopez
    te saludo desde Peru y tengo u niño de 02 años y es obediente pero a la vez terrible y deseo formar su caracter no si hago bien en darle nalgadas deseo q me asesore muchas gracias desde ya su respuesta

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