lunes, 8 de octubre de 2012

EL AMOR EN TIEMPOS REVUELTOS

Vivimos momentos de cambio y diversidad en el mundo de las relaciones personales. Ya no hay modelos únicos. Las relaciones se establecen más, desde la libertad que no por necesidad o imposición. El por qué y para qué de las relaciones de pareja pareciera estar en crisis. Las parejas discuten, se separan, se inician otras nuevas, algunas se hacen trío… Cómo en tantos otros ámbitos de nuestra cotidianeidad, perdimos el sentido profundo que tienen y los convertimos en meros objetos de consumo, de placer rápido, en cosas de usar y tirar.
Si embargo, el sentido y propósito de la relación de pareja  debería  contribuir al crecimiento personal de los dos miembros de la pareja, al desarrollo de sus conciencias. Una pareja sana y duradera  es la que permite a cada una de sus partes andar su camino de evolución, acompañándose con respeto y amor incondicional, atendiendo a las necesidades individuales y a las colectivas (las de la pareja, como otra tercera estancia o las de la familia, si  es que han establecido una). No tiene nada que ver con la posesión ni la  dependencia; con la imitación ni la competencia.
Amar más no significa querer estar al lado del otro todo  el día ni necesitarle forzosamente para nuestra supervivencia; tampoco es que el otro tenga que ser igual a mí ni que yo sea más y mejor que el otro. El amor tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con apertura, respeto, libertad, compasión, placer, admiración, aceptación, incondicionalidad. Tiene que ver más, con la capacidad de amarnos honestamente a nosotros mismos que con encontrar a la persona adecuada, a la que amar.
Ocurre que cuando nos enamoramos ocurre algo mágico que nos proporciona gran placer y nos da un vuelco a la vida: nos fijamos en alguien por quien nos sentimos atraid@s y dejamos caer las barreras que nos separan de los demás, nos abrimos al amor, se produce un encuentro de ser a ser. Entonces, queremos estar al lado del otro todo el día, pareciera que nos falta el alma si hemos de estar separados, sentimos que tenemos un montón de cosas en común y las que no, también las amamos ya que nuestr@ enamorad@ es el mejor ser de la tierra.
Esto dura poco, unos meses, un par de años si cabe. Pronto aparecen las dificultades: nos topamos con nuestras carencias, las imperfecciones del otro, nuestras diferencias. Y es que cada uno, aporta a la relación de pareja su propia historia personal, su mochila, cargada de luces y sombras. Llegamos a la relación de pareja, como ocurre con otros sucesos de la vida, inmaduros y sin saber. Condicionados por el modelo de pareja que aprendimos de nuestros padres que marcará, en gran medida, nuestra predisposición y hará que nos vinculemos con el otro siguiendo esos viejos patrones (desde la imitación o desde la rebeldía). Al menos, mientras no nos demos cuenta.
Es entonces cuando se hace necesario ampliar nuestra conciencia, nuestro “darnos cuenta” delo que nos está pasando (lo que sentimos, lo que esperamos, cómo nos expresamos…)  y dejar partir ciertas creencias y actitudes. Cuando  es necesario  crecer  para acoger el aprendizaje que toda relación íntima encierra, para que la relación de pareja pueda aflorar.
Aunque, muchos de nosotros hemos crecido con la creencia de que un príncipe o una princesa encantada, aparecerá un buen día y  nos sacará de nuestra penumbra y soledad para aportarnos  vitalidad y pasión. El éxito de la relación en pareja, no depende de encontrar esa “media naranja”. Depende  en realidad, de la voluntad  de estar juntos para llegar a algo más grande, del deseo de realizar proyectos en común (bien sea una familia, una casa, un negocio, viajes, etc.), de la conciencia de que juntos hacemos equipo y sobre todo,  del trabajo  interior de las dos personas que componen la pareja. El trabajo más importante es el de un@ mism@, es personal.
Un@ tiene primero que aprender a amarse a sí mism@, a cuidar de sí. Eso, ya es un reto. En general  crecemos con poca capacidad amorosa, ya que estamos enojados y llenos de venganza, debido a dolores de infancia que ya ni recordamos. Para lo cual, hemos de emprender la tarea de conocernos a nosotros mismos y tomar conciencia de nuestras virtudes, defectos, necesidades y carencias (que todos tenemos luces y sombras) y  de nuestro potencial de crecimiento y autosuperación. No debemos esperar que sea el otro quien satisfaga nuestras necesidades ni resuelva nuestras frustraciones. Nuestra pareja está para acompañarnos, apoyarnos, amarnos, no para resolver nuestra vida por nosotros. 
Es natural, que de la relación de pareja surjan conflictos, que pasemos pena en momentos, mientras  la construimos. Si es una relación auténtica y la queremos hacer duradera, lo natural es que provoque en cada una de las partes un movimiento, un quiebro, a través del cual se abre  la posibilidad de  un trabajo personal  que nos impulsa a crecer. Es como hacer terapia. Y aunque hay en momentos “se pasa pena” dentro de la relación; vale la pena, ya que también trae muchos momentos de gratificación.
Publicado en el Última Hora, el 22 de Septiembre del 2012

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