lunes, 8 de octubre de 2012

VIVIR ES MÁS QUE SOBREVIVIR

Los humanos tenemos una gran resistencia a la adversidad, un gran instinto de supervivencia. Este instinto natural se convierte, muchas veces en una exigencia interna de omnipotencia, como si debiéramos poder con todo lo que la vida nos entrega, casi sin despeinarnos, como “supermanes” emocionales.  Es decir, continuar con el día a día, igual que siempre, inalterables.  Quizás hayamos sido madres o padres, estemos atravesando la adolescencia o la menopausia, se nos haya muerto una hermana, nos hayamos quedado sin trabajo, nos hayamos dejado de hablar con un familiar… Da  igual, lo importante es que estemos  bien, igualmente bien vestidos, productivos como siempre y con buenos modales con todos, eso es lo que cuenta. El sistema democrático y la ciencia, nos apoyan  y nos ofrecen todos los recursos para que así sea. Tan sólo estando enfermos, nos podemos excusar un poco.
En nuestro mundo occidental de bienestar  y  progreso, hemos perdido el sentido sagrado de la vida y actuamos sin demasiada conciencia, como si nada importara y todo se pudiera hacer sin consecuencia alguna. Basta con que nuestras acciones nos sirvan para sobrevivir, sea como sea, sin tener muchas veces en cuenta a los demás, al entorno ni a nosotros mismos.
Vivimos un  momento eminentemente secular y desacralizado. Desconectados de lo misterioso y trascendente de la vida, carentes de espiritualidad. Sin darnos clara cuenta del reverso de esa moneda. Esta desvinculación del hecho espiritual es una de las razones más grandes que tiene sumido a occidente en la enfermedad mental, en la neurosis colectiva, en el enganche popular a los psicofármacos o a evasivos de todo tipo.
Miramos con sospecha el fenómeno religioso del pasado y con razón. Nuestras religiones hablan un lenguaje obsoleto hoy día y han sido contaminadas con el espíritu de autoridad de nuestra cultura patriarcal. Como sustituto, nos creímos los criterios de la ciencia y quisimos que ella nos diera seguridad y salvación. Así, las personas  nos estamos ocupando tan sólo de nuestro desarrollo horizontal, realizando únicamente movimientos de expansión destinados a la supervivencia, haciendo mecánicamente siempre lo mismo y sin darle más sentido a la vida que el de resistir, sin más.
Sin embargo, la sed espiritual continua viva en  algunas personas y la podemos observar en  las múltiples aproximaciones alternativas a la religión que surgen en la actualidad, con el objetivo de  satisfacer esa sed: clases de yoga, chi kung, biodanza, centros de meditación, encuentros chamánicos, músicas para la nueva era, fiestas rave, son algunos ejemplos. La práctica de la psicoterapia humanista también se hace eco de esta demanda.
Diría que esta sed es intrínseca a la vida misma, aunque muchas  veces no nos demos cuenta de ella o no sepamos como cuidarla ni qué hacer con ella. Surge cada vez que sentimos que nos falta algo y sabemos  que lo que nos falta no es de este mundo, no es algo tangible, si no que tiene más que ver con una búsqueda interior, metafísica. Esta búsqueda adopta diferentes formas y caminos y se expresa con diferentes palabras que hacen referencia a la búsqueda de la Verdad, el Ser, el Amor, el Misterio, la Unidad, la Autenticidad, el Universo, Dios.
Como la vida es sabia, ella nos busca y nos invita una y otra vez a ejercitar  movimientos  en vertical para ver un poco más amplio y contagiarnos un poco de esa  trascendencia. Todos los momentos de adversidad son oportunidades para dar ese paso. Nos colocan en una encrucijada en donde podemos atrevernos a ceder y experimentar  lo feo, incómodo, doloroso y decadente de algunas experiencias de la vida, sentirlas en toda su profundidad y dejarlas pasar. Y desde ahí salir purificados y con energías renovadas. Habiendo experimentado un ciclo más de vida/muerte/vida como parte integral de lo que corrientemente llamamos vida. Habiendo atravesado el malestar, la desazón, la incomodidad, sin evitación, aceptándolas y amándolas como parte de nosotros mismos e integrándolas como parte de nuestra experiencia colectiva, por el mero hecho de existir.
Así la vida sí que sirve para algo más. Así, claro que tiene un sentido.  Venimos al mundo a completar nuestro desarrollo, a realizar un trabajo con nosotros mismos, a aprender algo de toda esta experiencia vital. Ese es el sentido, el de realizar ese aprendizaje.  Aunque tan solo sea, el de aprender a vivir mejor, o el de darnos cuenta de que “no siempre podemos solos y estupendos”, mejor dicho de que “no tenemos que poder solos y estupendos”, el de acercarnos más a la salud, al amor  y a la felicidad, lo cual no significa pasarlo bien todo el rato, si no saber estar en cada momento, con lo que tenga que pasar.
Publicado en el Última Hora, el 6 de Octubre, 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario